El horror y el arte de la guerra

horror-arte-guerra_CLAIMA20140621_0046_4De Goya a Richter. Una imponente muestra en el Museo Louvre-Lens recorre en 450 obras dos siglos de guerra, desde Napoléon hasta el terrorismo.

Por Maria Laura Avignolo (Fuente Revista Ñ)

 

Cuando Francisco de Goya describió en sus grabados de Los desastres de la guerra las masacres de la invasión napoleónica a España, no imaginó que ese título tendría una horrenda contemporaneidad 211 años después: es el nombre de la exposición sobre la guerra en el modernísimo Museo Louvre-Lens, en el norte de Francia, a dos horas de París.

Un parque de 20 hectáreas, donde funcionó una mina hasta 1960, acoge al museo, una extensión del Louvre dentro de Francia. La elección de Lens como sede del museo no es casual. Expresa el agradecimiento del país al norte de Francia, que tanto sufrió por las guerras mundiales y por la intensa minería, que lo dejó en la miseria y el desamparo laboral cuando se extinguió en 1986. Como antes el Guggenheim en Bilbao, el Louvre-Lens buscará ayudar en la regeneración, la imagen y la modernización de Lens, cuyo desempleo es hoy del 15 por ciento. Cuando la Primera Guerra Mundial terminó, en 1918, la ciudad estaba arrasada. Es más que un símbolo que una de las grandes exposiciones francesas para denunciar a la guerra y su barbarie la tenga como sede.

La guerra y especialmente la oposición a ella son los temas de esta muestra que, con una estructura cronológica y dividida en 12 secuencias, despliega 450 obras en 1.800 metros del espectacular edificio de vidrio y titanio. Pinturas, esculturas, dibujos, grabados, objetos, pósteres, recortes de prensa, fotos y filmes se distribuyen en ese ambiente despojado.

“La exhibición invita a comprender por qué preferimos la paz a la guerra. Muestra cómo los artistas contribuyen al creciente desencanto con la guerra, un movimiento que comienza en el siglo XIX y en las campañas napoleónicas”, explica el catálogo. “Tradicionalmente considerado un esencial valor de la sociedad, el concepto de guerra se desacreditó. Después de las campañas de Napoleón, Benjamin Constable escribió que ‘para los modernos, incluso una exitosa guerra cuesta más que lo que vale’”.

Las obras, de unos 200 artistas, exploran un mundo maniqueo, muchas veces falso y patriotero, fascinante para expresar nuevos sentimientos y descubrir nuevos horrores, escondidos antes detrás de la acción psicológica de unos y otros, de la historia oficial. Goya, Géricault, Daumier, Dix, Léger, Robert Capa, Picasso, Richter y otros desacralizaron la versión con que los líderes de los conflictos pretendían pasar a la historia.

Las guerras napoleónicas (1803-1815) son la primera secuencia de la exposición, con Napoleón montado en su caballo, pintado por Jacques Louis David. Plena conquista de Italia. La imagen clásica del líder se va a ir evaporando para ser reemplazada por una figura nueva y romántica. “El soldado anónimo”, joven, casi adolescente, abandonado en el campo de batalla y tratando de recuperarse después del combate. Pierre Laurent –así se llamaba– es salvado por una enfermera, con la que se casa. Géricault, nacido en la Revolución Francesa, recupera esta figura individual para reflejar su acción, la soledad y el sufrimiento.

Fue Goya, sin embargo, quien puso en duda la legitimidad de las guerras napoleónicas, las del pasado y las del futuro. Sus grabados y aguafuertes Los desastres de la guerra , las torturas y martirios de las fuerzas de Napoleón en la invasión a España en 1808, inspiraron a artistas a través de los siglos.

Retratistas oficiales de la épica militar imperial, los artistas se vieron forzados a pintar detalladas escenas bélicas. Hasta que las masacres, el sacrificio, los falsos héroes, consiguieron que esos mismos artistas comenzaran a reflejar la guerra con otros elementos, como el pillaje, las torturas, el abandono, la inutilidad del combate.

La Guerra en Crimea (1853-1856) fue el bautismo de fuego de la fotografía, después de su invención en 1826. Fenton y Langlois fotografiaron el conflicto por primera vez, aunque sin víctimas. Fue en la guerra civil de EE.UU. (1861-1865) que los artistas manifiestamente pintaron en contra del conflicto armado. Por primera vez hubo fotografías de muertos. Brady, Gardner y O’Sullivan incluso movían a los cuerpos para conseguir fotos más realistas. En la Primera Guerra Mundial, que moviliza a 73 millones de soldados en 35 países, el gas y los ataques aéreos producen heridas, e imágenes sin precedentes. Artistas y amateurs capturan los desastres de la guerra en óleos, filmes, fotos. Una filmación de los soldados saltando de sus trincheras abre la exposición. Cuerpos abandonados, tumbas improvisadas (Cornelius, Leroux), lo absurdo de las masacres (Masereel, Rouault), los combates mano a mano (Valloton), los suicidios (Dix), los prisioneros de guerra (Boudhinon), paisajes devastados (Hauchard, Tonassoud) y la violencia, representada en una de las obras más importantes de la muestra: la gárgola de la catedral de Reims, con el plomo fundido saliendo por su boca porque el techo estaba en llamas. La siguiente escala es la Guerra Civil española (1936-1939), expuesta en toda su brutalidad con obras de Robert Capa, Centelles, Chim, Gerda Taro. Así llega la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): más de 100 millones de soldados de 61 naciones, 50 millones de muertos, el exterminio en los campos de concentración nazis y la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Espeluznante. Fue a partir de ese momento que los artistas rechazaron masivamente la violencia. Contra la barbarie, la creación. En 1954 estalla la guerra de Vietnam. La foto de Nick Ut de una nena corriendo desnuda, después de un ataque con napalm, shockeó al mundo y contribuyó a la partida de los americanos en 1975.

La exposición termina con la aparición del terrorismo y el combate unilateral, los drones, las violaciones como armas de guerra, como en Bosnia o Ruanda. La línea entre periodismo y arte casi se desvanece, principalmente en los trabajos de Gilles Carón, Gilles Peress, o la fotografía de guerra en las manos del francés Luc Delahaye. Sobre un fondo negro y escrito en colorado, una instalación en neón: “Yo sangro” se lee en francés. El grito de paz de Claude Leveque.

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