Gloriosa Edad Media

2325372Aparece el primero de cuatro grandes tomos de una obra coordinada por Umberto Eco, el escritor y filósofo italiano fallecido en febrero pasado. En el libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, se abordan diversos aspectos de los primeros cinco siglos de la época medieval.

Entre los bandazos de fuerzas centrífugas (la fragmentación en monarquías, el nacimiento de las literaturas vernáculas, el surgimiento de herejías) y otras unificadoras (el papado, el imperio, el cristianismo), la llamada Edad Media parece menos monótona y estática de lo que suele creerse. La denominación fue acuñada por los humanistas del Renacimiento para caracterizar lo que consideraban un período de estancamiento, brutalidad e ignorancia; decir “medieval”, entonces como ahora, puede querer significar algo atrasado. De hecho, aún subsisten los estereotipos: en esa edad oscura se habrían paseado por los campos de batalla caballeros atrapados en sus armaduras, mientras en los castillos sus esposas los esperaban atrapadas (más que protegidas) en sus cinturones de castidad; monjes lujuriosos habitarían monasterios y pordioseros balbuceantes, las nuevas ciudades.

Pero el escritor y filósofo italiano Umberto Eco (1932-2016), quien se formó en estética, y en particular de la Edad Media, no se dejaba llevar por los prejuicios: “Los siglos medievales no son una edad oscura, si con esta expresión se entienden siglos de decadencia física y cultural, siglos sacudidos por terrores abismales, fanatismos e intolerancia, pestes, hambrunas y matanzas”, señala en la Introducción general al primer volumen de un proyecto de cuatro. En total se cubrirán los mil años que van desde la caída del Imperio Romano hasta el descubrimiento de América. Esas fechas implican, precisa Eco, que la Edad Media tuvo una duración aproximada de mil dieciséis años. En ese período existió una infinidad de hechos y muchos de nuestros conocimientos, leyes, libertades, naciones e idiomas tuvieron su origen. Como el hombre medieval vivía en un mundo poblado de significados, referencias, otorgándole una significación mística a los elementos del mundo, se hace necesario buscar en los saberes tradicionales los sentidos ocultos de cada cosa.  Por eso, dice Eco, la Edad Media empieza a elaborar sus propias enciclopedias. Efectivamente es en ese período que nacen las primeras de ellas, escritas por Isidoro de Sevilla o Beda el venerable, y como una enciclopedia del “Alto Medioevo” debe entenderse este libro.

El ejemplar La Edad Media I. Bárbaros, cristianos y musulmanes no se centra en la historia política o literaria o filosófica, sino en el desarrollo de diversas áreas y saberes, en los que se incluyen desde la ciencia a las artes visuales. El libro se divide en seis partes (historia, ciencia y tecnología, literatura y el teatro, artes visuales y música), abordadas por medievalistas de diferentes disciplinas. Más que lo que la Edad Media es, Eco prefiere listar lo que no es: no es un siglo ni un período de características claramente reconocibles; no es exclusivamente occidental ni una edad oscura; no ignoraba la cultura clásica ni la ciencia antigua; no fue un período de encierro ni sólo de místicos y puritanos ni en el que primó siempre la misoginia, entre otras precisiones. La Edad Media, debiera quizá ser recordada como el periodo en que se desarrolló el nuevo sistema de arreo, la mejora del arado, la primera brújula, el perfeccionamiento del astrolabio; entonces se inventó el timón de codaste y las modificaciones en el velaje, que utilizaría Colón para llegar a América.  En su legado se cuenta: la medicina árabe, las libertades municipales, las universidades, la economía mercantil, los números arábigos, el vidrio, sentarse a la mesa a comer, los hospitales, las gafas…

Como era de esperar en una obra en la que está involucrado Eco, destaca la amplitud de perspectivas, que considera toda Europa durante los años estudiados e incluso sobrepasa esos límites geográficos de vez en cuando: respecto del Islam, por supuesto, pero incluso hay un capítulo sobre China, particularmente sobre su ciencia y tecnología.

El Occidente medieval nace de las ruinas del mundo romano. “Roma fue su alimento y su parálisis”, como señaló alguna vez el medievalista Jacques Le Goff. Tras la caída del Imperio Romano se produce el crepúsculo del mundo antiguo y la lenta formación de un nuevo orden: los pueblos bárbaros, la expansión del cristianismo, la configuración de las relaciones con el Islam. En un principio, la distinción entre Oriente y Occidente, debido a las migraciones bárbaras, las expediciones islámicas, la división de la Iglesia no era tan acentuada. Pero hacia el año 750, la vieja unidad de la civilización mediterránea antigua había dejado paso definitivamente a tres áreas económicas, políticas y culturales dotadas de progresiva individualidad: el Occidente latino, el Imperio de Bizancio, el Islam.

Los siglos entre la caída del Imperio romano y el año 1000 son los más empobrecidos y a ellos se debe la idea de una “edad oscura”. Pero Eco asegura que para refutar ese mito es oportuno reflexionar sobre el gusto medieval por la luz. La belleza fue asociada a la claridad y a los colores. Aunque había un sentido de la belleza y el arte muy distinto al actual: el arte no era necesariamente “bello”, sino una técnica, la capacidad para hacer bien ciertos objetos según ciertas reglas: construir un barco era tan artístico como la pintura. Y podía representarse “bellamente” lo feo y lo malo (así, los monstruos formaban parte de la Creación). A este efecto, la edición está acompañada de un imponente aparato de ilustraciones, con imágenes no siempre obvias ni fáciles de acceder.

El desfile de asuntos es frenético y variopinto: desde el papel de las mujeres, en principio supeditadas al hombre, aunque en ciertas familias aristocráticas ejercen poderes como tutoras y tienen funciones importantes (Pulqueria; Gala Placidia; Teodora, esposa de Justiniano y la gran emperatriz de Bizancio) hasta los bestiarios medievales. A lo que siguen: los gremios artesanales y el nacimiento de las corporaciones, las rutas marítimas y los puertos, las fiestas y ceremonias, la centralidad de la Biblia en la literatura y la cultura de los monasterios, el desarrollo de las competencias astonómicas para los requerimientos del calendario religioso, junto a las iconografías cristianas o Jerusalén como destino de peregrinaciones…

Los colaboradores, de tan amplio número como de irregular calidad, entregan breves síntesis en las que se suceden los datos, que a veces suponen los conocimientos de un culto monje escolástico y, a veces, las ignorancias del iletrado mendigo medieval. Los capítulos sobre la literatura y teatro tienen aún más el aspecto de resúmenes. En el afán de ser exhautivos, no dedican el espacio adecuado para explicar las innovaciones, en vez de un catálogo completo e innecesario tanto para el especialista y todavía más para el que no lo es. De seguro habría sido más útil que las referencias cruzadas al final de cada entrada, algo de información bibliográfica para el que quiera profundizar cierto aspecto.

FUENTE: Diario La Tercera

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