Primer Centro de Arte Sonoro en la Argentina: «El sonido dejó de ser sólo territorio de los músicos»

Se trata de un espacio dedicado a difundir y albergar una gran variedad de trabajos que confluyen en el campo del arte sonoro y cuyos desarrollos resultan tangenciales a la música, a las artes visuales, a la ciencia y a la técnica.

Por Mercedes Ezquiaga (Télam)

 

El primer Centro de Arte Sonoro en la Argentina (C.A.So) funciona de manera permanente -y desde hace poco más de un mes- en el tercer piso de la Casa Nacional del Bicentenario (CNB), un espacio dedicado a difundir y albergar una gran variedad de trabajos que confluyen en el campo del arte sonoro y cuyos desarrollos resultan tangenciales a la música, a las artes visuales, a la ciencia y a la técnica.

No es tarea sencilla precisar los límites exactos entre los que se mueve esta disciplina cuya naturaleza es mutar y flotar, inherente a la forma del sonido, a diferencia de otro tipo de expresiones que podrían pensarse más estáticas como la pintura, la escultura o la fotografía. Para los académicos, el arte sonoro transcurre puertas para adentro de un museo o espacio cultural, una instalación que por naturaleza debe «ocupar» el espacio y el tiempo.

En los últimos años, el arte sonoro se ha multiplicado y sus prácticas se diversificaron hacia instalaciones site-specific, performances, objetos, lutheria diy, paisajes, ambientes y radio-arte, formas construidas de manera tanto intuitiva como racional, muchas de ellas en base a computadoras y sintetizadores, una creatividad que no encuentra límites en que la tecnología sea de avanzada o rudimentaria.

La génesis o los antecedentes de este atípico proyecto pueden encontrarse en la última exposición que se vio en la CNB, «Casa Tomada», una puesta en escena llevada adelante por más de 60 artistas quienes -como parte de una ficción -tomaron el edificio al estilo okupas y se apropiaron literalmente de los distintos espacios y salas expositivas, mientras brindaban talleres, dormían, pintaban, tocaban instrumentos, o graffiteaban a la vista del público.

En aquella casa «tomada», los jóvenes Florencia Curci y Matías Lennie Bruno presentaron, dentro de una de las salas, el proyecto «Sonidos mutantes», una suerte de taller con diversas actividades que vinculaban sonidos con nuevas tecnologías y apuntaba a crear o fomentar el armado de este lenguaje sonoro. Allí había además performances, recitales, instalaciones, armado de instrumentos y dispositivos tecnológicos que se pueden vincular al campo sonoro.

«A partir de ‘Sonidos mutantes’ nació la idea de armar este espacio permanente en la CNB que sirva para quienes están trabajando este tipo de lenguaje, de experiencia. Notamos últimamente que muchos artistas pero también muchos que no lo son, se acercan al tema de manera espontánea, desde lo lúdico, a veces a través de una computadora que te permite procesar audios. Y es interesante porque se da una mezcla entre lo popular y lo académico», explica a Télam el músico Matías Lennie Bruno.

«Nuestra intención es que el centro sea una plataforma general para vincular la música con las problemáticas del arte contemporáneo. El sonido dejó de ser sólo territorios de los músicos y en ese sentido, el Centro de Arte Sonoro nació para darle lugar a estos nuevos artistas que emergen desde otros campos pero están transitando experiencias muy vinculadas a este medio», puntualiza por su parte Florencia Curci.

¿Y cómo diferenciar el arte sonoro de la música? «Estamos continuamente volviendo a esa pregunta. En el centro tenemos recitales, compositores, piezas musicales dentro de nuestro ámbito, que es el arte sonoro. Se genera ese debate. Hay compositores que ven el arte sonoro de manera simplista, como un espacio donde está ausente la tradición o ciertos parámetros musicales, y para nosotros, eso es un terreno muy fértil», detalla Curci.

«Eso es un germen de manifestación artística, que no pasa por la currícula, ni por la composición. Y es muy disruptivo, desde lo analógico y desde lo digital, aparecen lenguajes y manifestaciones nuevas. Y eso acerca a muchisima gente a experimentar con nuevos lenguajes y pone en tela de juicio algunos parámetros musicales», asegura Lennie.

La lista de herramientas con las que trabaja un artista sonoro puede ser tan infinita como breve: desde todo lo que provoque ruido hasta una computadora. «En el centro de arte sonoro la computadora es el instrumento principal pero también tenemos acercamientos más lúdicos, para el público en general, como algunos talleres que brindamos para transformar objetos cotidianos en instrumentos», cuenta Curci.

«El arte sonoro es un campo que va creciendo y a la vez va replanteándose y definiéndose», detalla Lennie. «Y me parece que el crecimiento de este fenómeno tiene que ver con la tecnología, la posibilidad de lenguajes que ofrece la red». «Y a veces -acota Curci- no tiene que ver con la última tecnología, sino pensar los usos de la tecnología y ponerlos a funcionar, con un criterio estético o filosófico».

La tendencia a experimentar y sumergirse en el arte sonoro no es sólo un fenómeno de Argentina. A nivel mundial, en los últimos años, es notable un fenómeno de artistas volcados a esta práctica. En 2013, el Museo de Arte Moderno de Nueva York -una de las instituciones culturales a la vanguardia- realizó la primera exposición dedicada al arte sonoro y en la actual edición de Documenta Atenas -una de las muestras más prestigiosas en el mundo-, son numerosos los casos de artistas volcados a las prácticas del arte sonoro.

«Hay un vuelco hacia el sonido en todo el mundo y me parece que eso tiene que ver con que el sonido evoca sensibilidades que están ahí y no en otro lado», completa Curci.

En el Centro, dentro de la Casa, se puede visitar una exposición permanente con obras de arte ligadas «a dos fenómenos en particular: los estudios de electromagnetismo y la proliferación de mediums e ilusionistas en la historia. Figuras como Houdini o Nikola Tesla buscaban sonidos para impresionar o para vincularse con el más allá, que entendemos como un antecedente de los espectáculos multimedia», explica Curci.

En el centro, se puede ver entonces la pieza «Cuarteto #2» de Javier Bustos, cuatro sillas que se arrastran de forma autónoma -en verdad tienen un motor que el espectador no ve- y producen sonidos aleatorios por fricción contra el piso, una polifonía de movimientos da lugar a una coreografía que compone un paisaje acústico errático.

También, el visitante se encontrará con el «Pianocama» de Sebastián Rey y Leonello Zambón, un piano vertical y un habitáculo cerrado con una cama de dos plazas unidos, o mejor: un instrumento en cuya caja de resonancia los artistas colocaron un colchón en el que el visitante puede acostarse y sentir cada sonido vibrar en todo el cuerpo.

El Centro de Arte Sonoro se puede visitar de martes a domingos de 15 a 21, en el tercer piso de la Casa Nacional del Bicentenario, Riobamba 985, ciudad de Buenos Aires.

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