FUENTE: David Ruiz Marull, La Vanguardia
En la larga lista de sospechosos aparecen un miembro de la familia real británica, el médico de la reina Victoria, un joven abogado, un empresario de Liverpool, un judío psicótico o un pintor impresionista.
Patricia Cornwell, célebre por sus novelas de misterio, gastó millones (cuatro millones de dólares, para ser exactos) para descubrir la verdadera identidad del macabro asesino. Dedicó meses de trabajo en una investigación que utilizó métodos de análisis de ADN para acabar concluyendo que Jack el Destripador era, en realidad, Walter Richard Sickert.
“Estoy absolutamente convencida de que fue él quien cometió esa serie de crímenes”, afirmaba Cornwell en 2012. Sickert, que murió el 22 de enero de 1942 (hoy se cumplen 75 años), fue un prestigioso pintor impresionista que tenía 28 años cuando se cometieron los crímenes y que vivió obsesionado por las macabras escenas de Whitechapel.
Años después pintó una serie de cuadros –que hoy en día se exponen en la Galería Tate- basados en la imagen de un hombre vestido junto a una mujer desnuda, a veces viva, a veces muerta, que serían el reflejo del brutal homicida del Londres victoriano. Elaboró, además, otros dos lienzos dedicados al criminal: Jack en Tierra y El dormitorio de Jack el Destripador.
El dormitorio de Jack el Destripador, uno de los cuadros de Sickert sobre el personaje que lo obsesionaba.
También dedicó parte de su obra a dibujar el asesinato de una prostituta, por lo que se inspiró en un suceso que tuvo lugar en Camden Town el 12 de septiembre de 1907. Algunos peritos consideran que esas pinturas recrean a las víctimas del otoño de 1888.
Dispuesta a descubrir la verdad, Patricia Cornwell compró 30 pinturas de Sickert, algunas por más de 70.000 dólares, y una mesa del artista, para analizarlas en busca de pruebas de ADN para poder cotejarlo con las cartas que recibió la policía a finales del siglo XIX y que fueron atribuidas a Jack el Destripador.
Mirá también
Las 10 cartas más sorprendentes de la historia
Tras meses de análisis, aisló lo que parecían ser los genes del artista, aunque el forense que realizó los análisis reconoció que sólo había podido aislar unos pocos eslabones de la cadena cromosomática. Es muy probable, aún así, que el asesino nunca escribiera a la policía. La carta más célebre, la primera que se firmó como Jack the Ripper (Jack el Destripador), fue escrita con seguridad por el periodista Tom Bulling, que estaba siguiendo el caso. A Patricia Cornwell le bastó con esto para escribir el libro «Retrato de un asesino: Jack el Destripador caso cerrado».
Walter Richard Sickert, ¿era Jack el Destripador?
Doce años después, Russell Edwards, otro escritor obsesionado con los asesinatos de Whitechapel, financió una nueva investigación genética y, en esta ocasión, se determinó que el autor de los crímenes fue un inmigrante polaco llamado Aaron Kosminski.
Edwards compró, a finales de 2007, el chaleco de Catherine Eddowes, la segunda mujer asesinada por el Destripador. El escritor se puso en contactó con el genetista Jari Louhelainen, que consiguió extraer el ADN de dos personas distintas y comparó el material con el de los sospechosos de la época.
Teniendo en cuenta que están todos muertos, Louhelainen buscó a sus descendientes para comparar las muestras genéticas. Los cromosomas que vinculan a Kosminski con los crímenes los encontró en Matilda, una pariente británica de la hermana del presunto asesino.
Los dos ADN coincidían en más de un 99%, un porcentaje que ascendió al 100% tras el segundo análisis. “He podido identificar incluso la etnia y procedencia geográfica del ADN extraído, perteneciente al haplogrupo T1a1, común en las personas de etnia rusa y judía”, aseguraba el médico a los periodistas en 2014.
Kosminski era, en 1888, un peluquero polaco de 23 años que estuvo vigilado por Scotland Yard durante meses. Hasta que lo internaron en un psiquiátrico en 1891, donde murió en 1919. Había emigrado de Klodawa a Londres en 1882 huyendo de los pogromos (linchamientos multitudinarios) contra los judíos en Rusia.
El doctor Houchin, quién certificó la locura de Kosminski, dejó constancia de su comportamiento: “Declaró que es dirigido y que sus movimientos son controlados por un instinto que informa a su mente; dijo que conoce las actividades de toda la humanidad, y rechazó casi todos los alimentos porque su instinto le decía que lo hiciera”.
Durante el tiempo que permaneció recluido, fue diagnosticado como un “enfermo crónico inofensivo, de vez en cuando molesto, pero no violento, que se recluye cada vez más en su propio mundo hasta el punto de no saber su edad o cuanto tiempo ha estado interno”.
Ilustración de unos de los crímenes de Jack el destripador (http://whitechapeljack.com/)