10 grandes películas para rendir homenaje a tu padre.
EN BUSCA DE LA FELICIDAD
Si no has llorado, solo o acompañado (más todavía si estabas con tu padre), por culpa de Will y Jaden Smithen En busca de la felicidad, no te molestes, no tienes alma. La historia escrita por Steve Conrad y dirigida por Gabriele Muccino profundiza en los esfuerzos de un padre coraje, en la enseñanza y la supervivencia a la que nos somete la vida si nadie nos prepara para afrontarlas. Por suerte, el hijo de este cuento a caballo entra la superación y la necesidad, cuenta con un progenitor que no se rinde y que muchísimo menos va a dejar que otros obliguen a su pequeño a hacer lo contrario. Es la creación de un juego a deshoras, en la estación de trenes, con un baño apestoso como casa-comodín. Es el nudo de la corbata antes de una entrevista, un tiro a canasta que es más un puñetazo a la vida. En definitiva, son un padre y un hijo juntos por trascender a la dureza de los tiempos.
LA VIDA ES BELLA
Si antes hablamos de dureza, ninguna película explora tan comprensivamente los límites de la relación paterno-filial como La vida es bella. Un padre y su hijo de siete años, recluidos por los nazis en mitad del exterminio judío, juegan a sobrevivir. Mientras alucinas con la capacidad de Roberto Begnini para edulcorar una situación gravísima mediante juegos tiernos con su pequeño (en la ficción), una parte de tu memoria está en los despachos de las SS, en el momento en el que se pronunció por primera vez aquella barrabasada de «la solución final». El niño, de pura niñez, ni se entera de que su historia es la de muchos, y tampoco de que su padre está pasando por encima del odio y la maldad para salvarle de la muerte, tanto física como psíquica. Ambos se enfrentan, uno a sabiendas y el otro con cierta ilusión por lo desconocido, a la mayor vergüenza humana de los últimos tiempos. Esa secuencia, casi final, en la que una explicación da paso a un juego del que todos sabemos su clausura, es impagable.
BILLY ELLIOT
Si tiene que luchar contra la economía de un país, los sindicatos de un sector, la presión social y hasta contra su propia ideología, sólo para hacer realidad tu sueño, ese es tu padre. Al menos en un, me atrevería a decir, 90%. La historia de Billy Elliot no sólo conquista por la parte tocante al hijo, sino por el esfuerzo de un hombre que tiene demasiadas cargas como para tolerar que su último vástago elija el camino difícil para ser feliz. O, al menos, eso es lo que piensa en un primer momento. Curiosamente, la de Stephen Daldry y Lee Hall es una de las pocas películas, junto con la de la señora Doubtfire, en las que la figura paterna se mimetiza con la cotidianidad de la figura materna. Mil cosas en la cabeza, mil problemas del día a día y, aún con ello y por mucho tiempo que lleve, siempre queda un hueco para impulsar al, en el caso que nos ocupa, pequeño de la casa para que aspire a todas sus expectativas. De ahí que el día del padre también sea el de la madre, y viceversa.
TODOS ESTÁN BIEN
Aunque la imagen hace referencia a la adaptación de Kirk Jones, queremos hablar de la Todos están bien’ original la de Giuseppe Tornatore. Probablemente te suene más la protagonizada por Robert De Niro que la ídem por Marcello Mastroianni, pero consideramos capital reconocer que este drama sobre un padre viudo que nada sabe de sus hijos, pero aún con ello, pretende reunirles en torno a una mesa familiar para charlar sobre los avatares de la vida, es uno de los mejores espejos en los que se puede mirar un hombre cuya descendencia está a lo suyo, completamente independizados de la figura paterna. La lucha necesaria para retomar la relación con el/la heredero/a es cruda y nada agradecida porque a menudo se recuerda el pasado, sirviendo como tapadera de las cosas que no se dijeron a tiempo y que llevaron a la situación actual, ramificación extrema mediante. No obstante, esa es un obsesión más propia del vástago, buscador de explicaciones, que del procreador, preocupado por la condición de hijos e hijas. Al fin y al cabo, Matteo y Frank sólo querían quedarse tranquilos, como cualquier padre.
BUSCANDO A NEMO
Todos de acuerdo en que Buscando a Nemo es una de las películas más alucinantes del nuevo milenio. No sólo por cómo está articulada la aventura, ni tampoco por la construcción de unos personajes animados que conquistan cualquier corazón, por muy pétreo que parezca. El valor de la obra dirigida por los prolijos Andrew Stanton y Lee Unkrich radica en el nada lastimero estilo con el que establecen la urgencia de un padre, Marlin, que acaba de perder a su hijo, Nemo. La búsqueda de este, con Dory en medio sacándonos sonrisas y jugando con los estímulos epidérmicos, encuentra todos los ingredientes buenos a su paso. La desazón de la pérdida en origen, la desorientación en los primeros momentos, la voluntad y la fuerza de después, cuando toca salir a buscar lo que más quieres, la ilusión de nuevos acompañantes que serán de ayuda, las lecciones que da la vida mientras el hijo espera una muerte lenta y tranquila inmerso en una pecera. Todo, incluso ese final de abrazos y sobre-protecciones por la desconfianza en el entorno, están descritas con gran naturalidad. Paternidad en momentos de tristeza. Tú y yo sabemos que si hubiese sido de acción real, esta obra maestra de la animación habría arrasado en la temporada de premios.
KRAMER CONTRA KRAMER
En el proceso (judicial y vital) de Kramer contra Kramer hay puñados y puñados de padres reflejados. Porque lo que muestra la película protagonizada por Dustin Hoffman y Meryl Streep es tan natural que, en incontables ocasiones, ha sido pasto de debate por la presunta incapacidad para hacerse cargo del chaval que el novelista Avery Corman le otorgó al personaje masculino. ¿Cómo llegar a un pacto de custodia justo? ¿Cómo es la carrera de la figura paterna para convencer a propios y extraños? ¿Y el niño o la niña en cuestión qué quiere? ¿La madre es la mala de la película en estos casos? De origen, ¿por qué, en apariencia, debe demostrar más papá que mamá? A la mayoría de estas obvias preguntas responde Robert Benton con momentos de ternura, situaciones exasperantes y diálogos cogidos (casi) con cámara oculta.
EN EL NOMBRE DEL PADRE
En la convulsa Irlanda de los 70, con el IRA atentando a ritmo continuo, el padre de Gerry sacrifica su calma y educación para ingresar con él en la cárcel. A primera vista, la lealtad del padre hacia el hijo, la necesidad de hacerle la vida menos dura, se abre paso como un asesino silencioso: firme, pero con voluntad. En el nombre del padre también está centrada en explorar el descubrimiento del hijo que, ensimismado en su vida, desconoce la naturaleza del padre. Jim Sheridan y Terry George se posiciona en un punto diametralmente opuesto al que plantea la teoría psicoanalítica que reza aquello de «matar al padre». Giuseppe y Gerry no se superan, no se trascienden el uno al otro, sino que el primero sorprende al segundo por su entereza y fortaleza, una lección no sólo paterno-filial, sino existencial. Ni prejuzgues ni subestimes, hermano, mucho menos a tu padre.
LA CARRETERA
La carretera, por su naturaleza, tiene uno de los finales más duros del cine reciente. Esta historia, en la que la madre abandona un modelo de vida sobrehumano, porque bastante lo fue para ella cuando el planeta no estaba sumido en el post-apocalipsis, explica con cantidad de detalles y situaciones paradigmáticas, cómo nos enseña papá a sobrevivir en el extremismo vital absoluto. Es una metáfora salvaje de lo que hay que hacer en la vida para salir adelante, en muchos casos hiperbolizado hasta el gesto de desaprobación. Sin embargo, Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee realizan un trabajo de empatía y complicidad alucinante, y por ello sentimos que su travesía hacia la muerte podría ser la nuestra, y que en esa playa podríamos estar llorando todos eternamente golpeando el pecho del que fue nuestro mentor en esto tan complicado que, a veces, es la vida. Enseña y emociona como ninguna, porque aquí la figura paterna sí tiene muchas cosas que decir, y lo hace humildemente.