El arte no podrá salvar al mundo pero sí salva vidas, o –al menos- encausa los pasos por el camino de la creación. Este parece ser el caso de la artista plástica Adriana Gramajo quien expuso hace un mes pinturas y esculturas en la Conrado Cultural de Neuquén.
Adriana no es cualquier artista. El 10 de diciembre de 2005 (hoy se cumplen 9 años) sufrió un ACV (Accidente Cerebro Vascular) que la tuvo al borde de la muerte y paralizó gran parte de su cuerpo.
“Tenía el 85% de posibilidades de morirme”, expresa. Sin embargo, y a pesar de los malos pronósticos, encontró en arte la oportunidad para seguir luchando. Gracias a la guía de Adriana Allende, primero y Ana Zitti, actualmente, esta profesora de historia descubrió que no sólo el arte puede ser terapia emocional o motriz, sino que, también, un modo de expresión que le da sentido a la vida y un vehículo ideal para liberar sentimientos, experiencias, recuerdos y sueños.
Su primera muestra individual (un hito importante en cualquier artista) es el resultado de una introspección, no sólo por la dura experiencia de su enfermedad sino por los propios desafíos que plantea el arte en el período de aprendizaje. “Lo hago con esfuerzo pero con placer”, dice, con una leve sonrisa. Y sus pinturas, objetos intervenidos y esculturas dan fe de ese mundo entre la conciencia e inconsciencia; entre la razón y la sinrazón; entre el sueño y la vigilia; entre la pesadilla y la felicidad.
Adriana Gramajo es un ejemplo de tenacidad y su arte es un testimonio que se puede nacer dos veces. No irse sin antes dejar una huella, a veces una huella causada por una mala experiencia pero convertida en belleza gracias a la magia del arte… “Cuando soy artista me transporto; estoy en un espacio intermedio”, expresa. Y está bien que así sea: el arte no podrá salvar el mundo pero salva vidas y mientras haya vida sobrarán las esperanzas.
Por Rubén Reveco
Licenciado en Artes Plásticas
