El destino fatal de Los Templarios: muerte en la hoguera.

El rey de Francia no se conformó con disolver la orden y no descansó hasta que el gran maestre, Jacques de Molay, fue ejecutado en la hoguera delante de la catedral de Notre Dame.

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A un lado de la escalera que lleva al parque de Vert-Galant, en París, se puede leer la siguiente inscripción: «En este lugar, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden del Temple, fue quemado el 18 de marzo de 1314». Se le acusaba, entre otros delitos, de herejía. Junto a él sufrió la misma pena otro jerarca de la Orden, Geoffroy de Charney, que ostentaba el cargo de gran preceptor de Normandía. Los oficiales del rey de Francia ejecutaron la orden al anochecer, en el lugar llamado Île∫des-Javiaux o Île-des- Juifs, en el Sena. Los parisinos vieron cómo los condenados solicitaban a sus verdugos que los colocasen en la pira mirando hacia Notre Dame.

Con los ojos puestos en la catedral, De Molay rezó a la Virgen María, a la que casi dos siglos atrás san Bernardo de Claraval había dedicado la Orden. Puesto que, según decían los templarios, todo empezaba y todo terminaba en el nombre de la Virgen, su oración era tanto una afirmación de fe cristiana como una vindicación del Temple. Cuando se encendió la hoguera, terminó uno de los mayores y más polémicos procesos judiciales de la historia europea, tanto por su alcance territorial como por la condición religiosa y la fama de los encausados. Eran los últimos exponentes de la religiosidad militante de las cruzadas, que en aquel entonces, a ojos de muchos cristianos de Occidente, había perdido su razón de ser.

DE CRUZADOS A BANQUEROS

En 1291 los musulmanes se habían apoderado de San Juan de Acre, el último reducto cruzado en Tierra Santa, y muchos intelectuales de la época se preguntaban si órdenes militares como las del Temple y el Hospital, nacidas para defender los Santos Lugares, tenían una función que cumplir. Por otro lado, había en el seno de la Iglesia una corriente que propugnaba la unión de las órdenes militares bajo un único mando, dependiente del Papa, para impulsar su actuación frente a los musulmanes. Perdida Acre, se alzaron nuevas voces de laicos y eclesiásticos en favor de dicha unión.

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El sello del Temple (arriba), con dos caballeros montando un solo caballo, era indicativo del voto de pobreza que hacían sus integrantes. Archivos Nacionales, París.

Pero al tiempo que el papel militar del Temple parecía perder sentido, la Orden se convertía en una de las instituciones financieras más sólidas de la Cristiandad. Mientras que los templarios de Oriente, concentrados en Chipre tras la expulsión de Tierra Santa, mantenían viva la llama de la lucha contra el Islam, los de Occidente gestionaban una inmensa fortuna acumulada merced a donaciones y rentas de innumerables posesiones, y actuaban a modo de una institución bancaria, prestando dinero a reyes y príncipes.

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La Cúpula de la Roca. Esta mezquita se alza donde se levantó el templo de Salomón, en Jerusalén, donde los templarios tuvieron su cuartel general y del que precisamente tomaron su nombre.

A la cabeza de esta poderosa y envidiada orden militar se hallaba Jacques de Molay, su vigésimo tercer gran maestre. Nacido entre 1245 y 1250 en Molay (Borgoña), en el seno de una familia noble, había ingresado en el Temple en 1265, y desarrolló casi toda su carrera en Oriente.

Fue elegido gran maestre en Chipre a principios de 1292. Además de un acérrimo defensor de la independencia del Temple frente a las intromisiones de los reyes cristianos, era un encarnizado valedor de la recuperación de Tierra Santa, y presentó un proyecto de cruzada al papa Clemente V cuando éste le convocó en Poitiers, en 1306, junto con el gran maestre del Hospital, para hablar de dicha cruzada y de la posible unión de ambas órdenes.

LAS ACUSACIONES DEL REY

Cuando De Molay llegó a Europa, a finales de 1306, el papa le informó de que circulaban ciertas sospechas sobre la ortodoxia y moralidad de la Orden, a lo que el maestre respondió solicitando una investigación al respecto. No podía imaginar que tales rumores eran el preludio de la caída del Temple bajo un golpe inesperado y demoledor lanzado por el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso. El 12 de octubre de 1307, De Molay ocupaba un puesto de honor en los funerales de Catalina de Courtenay, cuñada del soberano. Al alba del día siguiente fue detenido en la casa del Temple de París por hombres del rey. Aquel mismo día fueron hechos prisioneros todos los templarios de Francia; oficialmente, sólo doce lograron escapar, aunque algunos fueron capturados más tarde.

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Apresamiento de los templarios. Miniatura de las Grandes Crónicas de Francia, finales de siglo XIV, Biblioteca Británica, Londres.

Felipe IV justificó su actuación en el requerimiento del inquisidor de Francia, que había solicitado su colaboración para confirmar las presunciones sobre diversos errores que se imputaban a los frailes. El procedimiento seguido por el monarca y el inquisidor era absolutamente ilegal, ya que los templarios pertenecían a una orden exenta, cuya jurisdicción dependía directamente del pontífice.

Se les acusaba de que los neófitos, durante su ceremonia de ingreso en la Orden, debían renegar tres veces de Cristo y escupir otras tres veces a la cruz o a su imagen; que quien presidía esta ceremonia besaba al neófito al final de la espina dorsal, el ombligo y la boca; que por voto hecho durante la profesión, los frailes estaban obligados a aceptar relaciones carnales cuando fuesen requeridos a ello por otros miembros de la Orden, sin poder rehusar; que los cíngulos (los cordones de lino) que ceñían sus túnicas habían sido consagrados tocando un ídolo en forma de cabeza humana barbada, que generalmente era adorado en los capítulos (las juntas de la Orden); y que los sacerdotes templarios celebraban la misa omitiendo las palabras de la consagración.

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La catedral de Notre-Dame. El 18 de marzo de 1314, el gran maestre del temple, Jacques de Molay, fue quemado en un islote del Sena, cercano a la catedral de París. iStock

No se conocen exactamente las motivaciones de la actuación regia. ¿Pensaba Felipe apoderarse de los bienes del Temple para satisfacer las apremiantes necesidades financieras de la Corona? ¿Acaso fue el fruto de las convicciones religiosas del rey, que habría actuado en defensa de la fe? ¿O bien respondía a la eliminación de un elemento que estorbaba el afianzamiento de la monarquía?

LOS INTERROGATORIOS 

Apenas dos semanas después de la detención, comenzaron los interrogatorios de los inquisidores. En muchos casos se llevaron a cabo a primeras horas de la madrugada, con unos acusados alimentados a base de pan y agua que llevaban varios días encadenados y aislados físicamente.

También se les torturó, mediante el potro y la estrapada, y no fueron infrecuentes la aplicación de fuego en los pies ni la suspensión de pesos en los genitales. El gran maestre fue objeto de un primer interrogatorio la noche del 24 de octubre, en el Temple parisino. La respuesta que dio a los inquisidores fue escueta, pero fue suficiente para los enemigos de la Orden.

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Jacques de Molay es sometido a tortura durante su interrogatorio, Historia Ilustrada de los Caballeros Templario, James Wasserman, siglo XIX. Wikimedia Commons

Reconoció que en la ceremonia de ingreso, a pesar suyo y a instancias de quien lo recibió, renegó de Cristo y escupió sobre la cruz, si bien lo hizo al lado; y afirmó que las admisiones en la Orden se hacían de esta manera (algunos historiadores han visto en ello una suerte de «novatada» cuartelera). Negó, en cambio, las acusaciones de homosexualidad. Al día siguiente, ante numerosos clérigos, profesores y estudiantes de la Universidad de París, ratificó sus declaraciones.

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La Orden del Hospital recibió los bienes del Temple cuando esta última orden fue disuelta por el pontífice. Arriba, sala perteneciente al recinto hospitalario de Acre. iStock

La actuación del monarca francés había desbordado a Clemente V, que, además, veía cómo algunos monarcas habían decidido la detención de los templarios sin la aquiescencia de la Santa Sede. Para recuperar la iniciativa, el 22 de noviembre el pontífice dirigió a todos los soberanos cristianos la bula Pastoralis praeminentiae, por la que ordenaba la detención de los frailes y el embargo de sus bienes en favor de la Iglesia.

Posteriormente, en una serie de bulas fechadas entre julio y agosto de 1308, el papa fijó el procedimiento judicial de los templarios, estableciendo comisiones de investigación en cada diócesis. Los interrogatorios a los templarios debían hacerse de acuerdo con un listado de cargos que se enviaba, y los resultados tenían que ser analizados por un concilio provincial que debía dar sentencia para cada inculpado. Se dispuso, además, la convocatoria de un concilio general en el que el papa emitiría un veredicto sobre los altos dignatarios del Temple, que sólo podían ser interrogados por él.

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Jacques de Molay, retrato grabado, Biblioteca Nacional, París. Bridgeman Images

Con ello, los jerarcas de la Orden eran sustraídos a la autoridad del rey francés, pero éste había hallado un medio para cumplir con las demandas del papa y, a la vez, evitar que los jefes del Temple escaparan a su poder: los envió ante el pontífice, que estaba en Poitiers, pero cuando ya habían recorrido las tres cuartas partes del trayecto la comitiva se detuvo en Chinon, alegando que los templarios estaban enfermos y no podían montar a caballo.

El papa envió entonces a tres cardenales de su confianza para que interrogasen a los detenidos: De Molay, De Charney, Raimbaud de Caron (preceptor de Chipre), Geoffroy de Gonneville (preceptor de Poitou y Aquitania) y Hugues de Pairaud (visitador de Francia). Éstos ratificaron las confesiones anteriores a propósito del ritual de ingreso en la Orden, reconocieron sus pecados y pidieron la absolución «arrodillados, con las manos juntas y con no poca efusión de lágrimas», según refieren las fuentes, a lo que accedieron los cardenales, que el 20 de agosto los reconciliaron con la Iglesia y les levantaron la excomunión

LA SUPRESIÓN DE LA ORDEN 

A excepción de los interrogatorios hechos en Francia por las comisiones diocesanas, donde la intervención de oficiales reales supuso que la mayoría de los acusados aceptaran algunos de los cargos que se les imputaban, en el resto de la Cristiandad la mayor parte se manifestaron inocentes. El papa, convencido de que los inculpados ocultaban faltas y errores, determinó que se repitiesen los interrogatorios con aplicación de la tortura (bula Dudum ad eliciendum, de 18 de marzo de 1311). Entonces se obtuvieron algunas confesiones de culpabilidad, pero la mayor parte de los acusados perseveró en sus declaraciones de inocencia.

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El gran maestre de Molay camino a la hoguera. Grabado de la Historia de las Sociedades Secretas de Pierre Zaccone publicada en 1879. Bridgeman Images

El concilio que debía tratar la suerte del Temple se inauguró el 16 de octubre de 1311 en Vienne. La acusación de herejía no se había demostrado, pero la Orden había quedado irremediablemente mancillada por los oscuros rituales de ingreso que habían salido a la luz. Dado que no se podía condenar a los templarios como herejes, Clemente V optó por otra solución, que implicaba que el proceso contra aquéllos quedaba sin veredicto: el 22 de marzo de 1312 emitió la bula Vox in excelso, que abolía la orden del Temple no por sentencia judicial, sino por disposición apostólica, bajo pena de excomunión para quien llevara el hábito de templario o actuara como tal. Los bienes del Temple pasaron a la orden del Hospital, y sus miembros se integraron en otras órdenes.

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Quema en la estaca de un grupo de caballeros templarios, Grandes Crónicas de Francia, Biblioteca Británica, Londres. Bridgeman Images

La función acabó en un estrepitoso fracaso. Hugues de Pairaud y Geoffroy de Gonneville no abrieron la boca, pero De Molay y De Charny se rebelaron y negaron públicamente sus declaraciones, manifestando que habían sido presionados bajo la amenaza de mayores suplicios, y afirmando que la Orden era santa y que los cargos imputados a sus miembros eran falsos. «Se me ofrece la vida al precio de la infamia –declaró el gran maestre–. No me apena morir, si la vida puede ser comprada sólo con juntar una mentira sobre otra». Tras la retractación de ambos dignatarios, los cardenales entregaron los reos al preboste de París para que los tuviera retenidos, ya que aplazaban para el día siguiente la correspondiente deliberación. Pero Felipe IV se avanzó y condenó a la hoguera, como relapsos, al gran maestre y a De Charny. Los otros dos templarios supervivientes consumieron sus días en las cárceles reales, sin que se sepa nada más de su vida.

Fuente: Historia National Geographic

 

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