El saqueo del monasterio de Lindisfarne: la primera incursión vikinga en Inglaterra

El 8 de junio del 793 los vikingos asaltaron el monasterio de Lindisfarne en el norte de Inglaterra, saqueando los tesoros de su iglesia y llevándose a varios monjes como esclavos.

Lindisfarne (arriba) fue reconstruido tras la incursión, pero quedó abandonado en el siglo XVI cuando Enrique VIII abolió las órdenes religiosas. iStock

Hubo inmensos torbellinos y relámpagos, y se vieron dragones ardientes volando por los aires. A estas señales pronto siguió una hambruna, y poco después la despreciable rapiña de los paganos aniquiló la iglesia de Dios en Lindisfarne con saqueos y matanzas”.

Así describía la Crónica Anglosajona la primera incursión vikinga contra las costas inglesas en el año 793. El ataque que había cogido totalmente desprevenidos a los monjes, y supuso un terrible despertar para los sajones que habitaban Inglaterra, ante un nuevo peligro llegado desde el mar que durante más de doscientos años aterrorizaría las islas británicas.

Con todo no era la primera vez que estos navegantes noruegos llegaban hasta la isla, pues ya en el 787 hay constancia de un incidente en la isla de Portland en el que los hombres del norte asesinaron a un funcionario real, y en una crónica posterior se nos informa de las medidas tomadas por el rey de Mercia para proteger sus costas de un posible ataque pirata.

UNA PRESA FÁCIL

En el siglo VIII Inglaterra, lejos de ser un reino unificado, estaba dividida en cuatro grandes principados que combatían constantemente entre sí: Mercia, Wessex, Northumbria y Anglia Oriental. A estos conflictos internos se les unían las guerras contra escoceses y galeses, por lo que cuando los primeros viajeros noruegos llegaron a sus costas como mercaderes y exploradores descubrieron una tierra fértil, cuya costa se hallaba desprotegida.

San Cuthberto cura a un hombre calzándole sus zapatos milagrosos. Manuscrito del siglo XII, Biblioteca Británica, Londres. Wikimedia Commons

De todos los asentamientos sajones el más apetecible para estos ocasionales saqueadores eran los monasterios, centros de cultura y espiritualidad, que recibían abundantes donativos de tierras por parte de los fieles a cambio de que los monjes oraran por ellos tras su muerte.

Uno de los santuarios más importantes era el de Lindisfarne en Northumbria, cuya iglesia se había convertido en un centro de peregrinación al acoger los restos de san Cuthberto, obispo y abad del templo a cuyos restos se atribuían numerosas curaciones milagrosas. Por ello a lo largo de generaciones allí habían acudido peregrinos de toda Inglaterra, depositando ricas ofrendas y donaciones que lo convirtieron en el más rico de todo el reino.

Al ser el centro de peregrinaje más importante de la Inglaterra anglosajona, Lindisfarne había amasado una considerable fortuna. Arriba broche de oro sajón del siglo VIII. Wikimedia Commons

Junto a la fortuna encerrada en sus muros, el monasterio era idóneo para una incursión, al estar construido sobre una isla de marea que quedaba aislada de tierra seis horas al día, razón por la que los noruegos lo marcaron como objetivo de su primera expedición de saqueo.

TERROR DESDE EL MAR

Aprovechando el buen tiempo de verano, los vikingos se hicieron a la mar desde sus fiordos a principios de julio, reuniendo una flota compuesta por un número indeterminado de naves que el día 8 arribó a Lindisfarne.

La brutalidad del ataque fue tal que no conservamos ningún testigo de lo sucedido, pero no es arriesgado aventurar que los incursores atracaron sus naves en alguna de las playas de la isla al mediodía, cuando empezó a subir la marea. Luego se adentraron en el monasterio a sangre y fuego acabando con los mojes con sus hachas para llevarse los tesoros litúrgicos.

El botín y los monjes supervivientes de Lindisfarne son llevados a las naves en este grabado de la Historia de la Nación Británica, 1920. Cordon Press

Escribiendo años después de lo sucedido, el benedictino Simeón de Durham refiere como los paganos “destrozaron y saquearon” los lugares sagrados, arrancaron los altares y robaron todos los tesoros de la santa iglesia”. Parece que la mayoría de monjes y sirvientes fueron asesinados durante la razia, pero unos pocos fueron llevados a las naves “desnudos y cargados de injurias” para ser vendidos como esclavos en los mercados escandinavos.

La isla quedó pues totalmente despoblada y sus edificios incendiados, un duro golpe al corazón espiritual de Northumbria que causó una honda impresión en los sajones. Así Alcuino de York, un monje que ejercía de tutor de los hijos del emperador Carlomagno en Francia,   retaba a un amigo con desazón como: la iglesia de san Cutberto quedó manchada de la sangre de los sacerdotes, despojada de todos sus tesoros. […] Nunca antes había conocido Gran Bretaña un terror semejante al que ahora hemos sufrido por parte de una raza pagana”.

Para conmemorar el suceso los monjes que repoblaron la isla encargaron la Piedra de Scone (arriba), una lápida en la que se representó el juicio final y una hueste de saqueadores vikingos.

Alcuino atribuía semejante catástrofe a un castigo divino provocado por el mal comportamiento de los monjes o por el hecho de que en la iglesia se hubiera enterrado al usurpador Sicga, quien no contento con asesinar a su predecesor había cometido además el pecado del suicido. Fuera o no por mano de Dios la incursión de Lindisfarne marcó el inicio de las invasiones vikingas de Inglaterra, que durante los siguientes tres siglos devastaron y conquistaron gran parte de la isla hasta la derrota de Harald Hardada en el 1066.

Fuente: Historia National Geographic

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