Entrevista a Darío Altomaro

Darío Altomaro es sinónimo de teatro en toda la Patagonia. Con más de 50 años en la actividad, hizo un recorrido por su pasión y dejó algunas impresiones sobre el teatro actual.

Por Hilda López

Darío Altomaro superó el medio siglo dedicado al teatro. Formado en la Escuela de Bellas Artes con la primera maestra de teatro que tuvo Neuquén, Alicia Fernández Rego, es un ícono de la actividad que aún está vigente.

Perteneciendo a una generación de actores sólidos con fuerte compromiso social, vivió el secuestro y el exilio en los años de la dictadura. Su regreso al país, recién lograda la democracia, volvió a elegir su tierra natal para afincarse. Neuquén sigue siendo su ámbito de trabajo, familiar y de afectos que lo acompañan en el devenir de la actividad.

«El teatro era una militancia de vida. Todo lo que se aprendía estaba dirigido a decir cosas importantes que la gente buscaba escuchar», señaló el actor que sigue ligado a la pasión por las tablas. Una clara muestra de eso fue la reciente vuelta del teatro en Villa La Angostura, donde su trabajo fue fundamental.

¿Qué o quién lo llevó de la mano al teatro hace más de 50 años?

Iba a la escuela industrial, tenía trece años. Una tarde fui a buscar a mi amigo Rulo Domínguez a la Escuela de Bellas Artes donde él estudiaba teatro con Alicia Fernández Rego. Entré a otro mundo, nunca lo había imaginado siquiera. A la semana me anoté y empecé este maravilloso camino. Alicia es una maestra grande, enseñó no sólo teatro: nos formó en la lectura, en indagar autores en comprender el teatro. Allí me encontré con Alicia Villaverde, Naldo Labrín, Eduardo Bejarano, Pucho Cornejo, entre otros, y no dejé nunca más la actividad.

¿Cuáles son las diferencias entre aquellos años y estos en la formación teatral?

Había grandes autores y grandes maestros. El teatro era una militancia de vida. Todo lo que se aprendía estaba dirigido a decir cosas importantes que la gente buscaba escuchar. Cuando me fui a Buenos Aires estudié con Gandolfo, Fesler, Raúl Serrano. Ellos tenían una posición tomada frente a la vida que la transmitían con el teatro. Era la época que empezaba a tener fuerza la escuela de Stanislavski, el teatro del absurdo, el antropológico. Había mucha pasión puesta en la tarea.

¿El escenario era un espacio político?

Era una militancia de vida como decía. No hacíamos política partidaria, decíamos cosas relacionadas con la realidad y el momento que se vivía. Cuando no se podía hablar, el teatro habló a través de los personajes, denunció y acompañó en momentos muy difíciles. Recuerdo cuando hacíamos teatro en la calle Corrientes, una obra de Alberto Adelach que se llamaba “Vení, que hay amor y bronca”, con Víctor Bruno, Naldo Labrín, Michele Bonefoux. El público aplaudía a rabiar por todo lo que se decía allí. Después Federico González suplantó a Naldo e hicimos “Vamos patria a caminar” del guatelmalteco Oto René Castillo. Un texto muy fuerte. En cualquier momento sabíamos que entraban y nos llevaban a todos. Fue en la época de las tres A.

¿Qué autores eran los elegidos entonces?

Los latinoamericanos, los argentinos como Alberto Adellach, Dragún, por ejemplo. Se contaban historias como “cuentitos”, de esos que escribe magistralmente Roberto Espina. Con animalitos aparentemente ingenuos, pero que tienen una carga ideológica muy fuerte. Definiciones concretas con una mirada sobre la realidad muy comprometida.

¿Cómo ve el teatro hoy?

El teatro siempre fue una realización grupal. La gente se juntaba para opinar, para decir cosas importantes sobre la vida, a través de historias simples. Grandes autores de los que poco se usan o se conocen. Hoy abunda el teatro “monologuista” lo que se ha dado en llamar el “stand up”, es decir, el que está solo frente al público y cuenta su experiencia personal sobre las cosas. El teatro fue, es y será siempre grupal porque esa es su esencia. En el grupo se aprende a convivir con las diferencias, a hacer acuerdos, a establecer códigos claros. Por eso los militares, los autoritarios le temían al teatro y lo perseguían. Hoy, en democracia, es distinto. Sin embargo hoy parece que no hace falta opinar en grupo. Yo creo que siempre hace falta opinar en grupo. Hoy con decir un monólogo y si es con humor, mejor se salva. Son efectos personales. Es otra cosa. Para mí muy “light” es mi opinión, con las excepciones que siempre las hay. Tenemos grandes actores en la Argentina. Hay grandes autores, hay que volver a ellos: a los que hablan de “nosotros” no de “yo”.

En este marco, ¿cuál es el futuro para el teatro?

Estamos en un período de “transición”. Hay que esperar y, mientras tanto, hay que trabajar fuertemente en esto. Cuando se terminó con la dictadura, la democracia nos puso en el camino de recuperación de todo. Quedaron secuelas serias. Ya pasaron 30 años y seguimos estando “en transición”, ¿hasta cuándo? Ayer nos peleábamos por los militares y ¿hoy? Seguimos peleando y, lo que es peor, entre nosotros. Hoy no funciona nada que tenga que ver con el futuro. Hay que hacer fuerza para restablecer esa confianza.

¿Qué resultado evalúa con la experiencia del recupero del teatro en Villa La Angostura?

Viajé durante tres años, pagado por un grupo de actores que hoy está en el escenario y en los talleres. No conocían a Adellach ni a Espina, ambos de la vieja y maravillosa camada de autores necesarios. Se trabajó mucho y el resultado fue fantástico con las obras “Sabina y Lucrecia” de Adellach y “El Monstruito” de Espina. Hubo muy buenas actuaciones y quedamos muy conformes y felices. El año que viene vamos a seguir trabajando y haciendo teatro con todo. Ellos ya están convencidos y apuntan a tomar el teatro como lo que debe ser: una actitud de vida.

¿Cuál es el plan de trabajo personal para el año próximo?

Seguir en la docencia, yo creo que en el fondo soy un docente del teatro más que actor, aunque me gusta actuar también. En la docencia se trabaja mucho con las herramientas técnicas para alcanzar el objetivo. En la actuación uno entrega todo lo que tiene para entregar. En ese plano seguiré con los talleres y dirigiendo, como consecuencia de la tarea que se hace en los talleres. Buscando, indagando, compartiendo. Creo en ese teatro.

¿Hay alguna obra en carpeta para tenerlo en el escenario otra vez como actor?

Siempre o casi siempre trabajo con Alicia Villaverde que es muy buena directora de teatro. Con mi hijo César, que es actor, estamos siempre pensando en hacer cosas juntos. Alicia está con una idea que me parece muy atractiva, un desafío muy grande para los dos como actores. Vamos a seguir charlando, viendo, evaluando, y seguramente saldrá lo que haremos este próximo año.

En plenitud

Darío Altomaro junto a su mujer, Alicia Tugnarelli, son empleados de Cultura de la Provincia. A través de ese organismo se encuentran trabajando en Plottier en la biblioteca América. Ambos llevan adelante dos talleres: de expresión corporal (a cargo de Alicia) y de teatro. Un espacio necesario en la zona con la proyección de la actividad para pensar que es posible desarrollar la tarea artística en cuanto existan maestros que respondan a la demanda.

En la última edición de la Fiesta del Chivito en Chos Malal fueron convocados para trabajar sobre la apertura de cada noche del festival. Hicieron una tarea de narración, con coreografía y actuación sobre aspectos culturales de la zona: crianceros, lugareños con sus costumbres, cantoras, música. Un documento en video, grupo de danzas del lugar y las propias cantoras tuvieron a cargo el espectáculo aplaudido por la gente.

También, la dupla fue convocada para la puesta de la cantata El Vientre de la Tierra con el coro de Cipolletti, que es dirigido por el maestro Miguel Ángel Barcos. Esa experiencia había sido realizada con la puesta para la Cantata Coral Terrestre, dirigida por Naldo Labrín.

FUENTE: diario La Mañana de Neuquén