¿Quién fue Atila el Huno? El caudillo bárbaro que puso en jaque al imperio romano

Al mando de una inmensa horda, Atila arrasó pueblos y ciudades hasta ser detenido por el general romano Aecio en una batalla desesperada librada en la Galia.

En el 451 las huestes de Atila saquearon la parte occidental de la Galia arrasando Colonia, Tréveris y otras grandes ciudades. Atila y los hunos en Francia. Pintura al óleo de Georges Rochegrosse realizada en 1938. Wikimedia Commons

Poco o nada sabemos de la infancia de Atila, el formidable guerrero que puso al Imperio Romano contra la cuerdas, sus primeros años permanecerán para siempre en la oscuridad de la historia, pero podemos afirmar que su padre era un poderoso noble llamado Mundzuk, a la sazón hermano del rey Ruga de los hunos.

Estos eran un pueblo nómada llegado a Europa sobre el año 370 desde las estepas de Asia. Con sus efectiva caballería ligera y temibles arcos compuestos capaces de perforar cotas de malla, los hunos habían subyugado progresivamente a los pueblos bárbaros que se extendían más allá del Imperio Romano (dividido en Oriente y Occidente).

Sus conquistas habían empujando a verdaderos ejércitos de refugiados a cruzar la frontera y guerrear contra los romanos, en una serie de invasiones bárbaras que llevaron al saqueo de Roma y la devastación de la Galia.

Ocupados en conquistar un extenso territorio al norte del Danubio y al este del Rin, los hunos colaboraron en principio con Roma como mercenarios, pero en cuanto se les acabaron los enemigos empezaron a exigir un tributo a los emperadores, que alcanzó los 158 kilos de oro durante el reinado de Ruga.

EL TERROR DE ORIENTE

El anciano rey murió en el 435 y fue sucedido por sus sobrinos Bleda y Atila. Cuenta el historiador godo Jordanes que este último “era arrogante en el porte […] De estatura baja, ancho de pecho, de cabeza grande, ojos pequeños y nariz aplastada, otros autores alababan su carácter austero y templado, pues al contrario que la vajilla de plata de sus generales comía siempre en un cuenco de madera y “era sumamente juicioso, clemente con los que le suplicaban perdón y generoso con los que se aliaban con él”.

Como todos los nobles hunos a Atila le habrían alargado el cráneo hacia atrás con vendas cuando era niño para mostrar su superior estatus social. Cráneo huno deformado ritualmente descubierto en Regensburg (Alemania).

Junto a su hermano, el nuevo rey impuso un cambio en la relación con Roma, amenazando al Imperio de Oriente con una invasión si no extraditaba a los guerreros hunos que se habían exiliado en territorio imperial; además de aumentar el tributo anual a 316 kilos de oro. Con su ejército desplegado en Sicilia, como parte de una acción conjunta para reconquistar Cartago (caída ante los vándalos catorce años antes), la parte oriental del Imperio era vulnerable, por lo que cuando las negociaciones fracasaron los hunos cruzaron el Danubio en la primavera del 441.

El ataque no era una simple incursión de saqueo, sino que los hunos llevaban consigo todo lo necesario para someter a las grandes ciudades que encontrarían a sus paso como Naiso, donde desplegaron arietes con cabeza de hierro con los que “los bárbaros penetraron por la parte del muro que había sido demolida […] y la ciudad fue tomada”, en palabras del autor contemporáneo Prisco de Panio.

Moneda huna del siglo V con el retrato de uno de sus reyes. Colección privada. Wikimedia Commons

Según las fuentes los hunos habían aprendido el uso de las armas de asedio en sus tiempos como aliados de Roma, y ahora las usaron contra las fortalezas de frontera, arrasando Viminacium y Margus a sangre y fuego. Tras ello, la horda de arqueros a caballo se adentró en la indefensa provincia de Tracia, donde saquearon pueblos y ciudades llevándose a un ingente número de ciudadanos como esclavos.

Atila retratado como primer rey de Hungría en una miniatura de la Crónica Képes,1360. Wikimedia Commons

La llegada de la fuerza expedicionaria desde Sicilia permitió al emperador Teodosio II restablecer la situación, y los hunos se retiraron al norte del Danubio. Allí Bleda fue asesinado por su hermano en el 445, quien dos años más tarde volvió a cruzar el río y, tras derrotar a los romanos en batalla, impuso un exorbitante tributo de 948 kilos de oro a los exhaustos romanos.

LA INVASIÓN DE LA GALIA

Con la situación en Oriente resuelta a su favor, Atila centró entonces su atención en Occidente, muy maltratado por la masiva invasión germana del 406 que había llevado al asentamiento de pueblos bárbaros en partes de Hispania y la Galia, donde habían creado reinos como el de Tolosa.

Junto a la debilidad de Roma, los autores antiguos aportan otras motivaciones para la invasión más o menos creíbles, desde el hallazgo de una espada en un campo que Atila interpretó como una señal de los dioses para que conquistara el mundo, hasta la propuesta de matrimonio de la princesa romana Honoria, quien había caído en desgracia al frustrarse uno de sus complots contra el emperador.

Atila lidera la invasión de la Galia en un grabado de Jules Elie Delaunay, finales del siglo XIX. Cordon Press

Sea como fuere, los hunos iniciaron la marcha desde la actual Hungría en el 451, sumando a su hueste numerosos súbditos germanos hasta reunir la probable cifra de 60.000 hombres. Afortunadamente para los sufridos habitantes de la Galia, Falvio Aecio, el hombre fuerte de Occidente, se había hecho cargo de la defensa, acudiendo con el ejército imperial y aliándose con francos, visigodos y alanos contra el enemigo común.

Este general había vivido en su juventud como rehén de los hunos y conocía su forma de guerrear, por lo que prefirió no presentar batalla en el Rin para reunir un ejército más numeroso con el que hacerles frente. Por ello ciudades fronterizas como Colonia, Trevéris y Metz sufrieron todo el peso de la invasión, cuando como describe poéticamente Sidonio Apolinar “el mundo bárbaro, desgarrado por un poderoso levantamiento, dejó caer todo el norte en la Galia”.

La invasión de los bárbaros. Así retrató el pintor español Ulpiano Checa a los hunos en esta pintura al óleo de 1887. Museo Ulpiano Checa, Madrid. Wikimedia Commons

La primera resitencia significativa con la que se encontró Atila fue en Aurelianorum (Orleans), plaza guarnecida por alanos aliados de Roma, y equipada con imponentes murallas rodeadas de fosos y estacas. La ciudad contaba además con abundantes reservas de  suministros, por lo que pudo resistir el asedio durante meses hasta que llegaron Aecio y el rey visigodo Teodorico cuando los hunos empezaban a abrir brecha en la muralla.

ATILA CONTRA AECIO

El ejército combinado se abrió paso a través de las líneas de asedio hunas, obligando a Atila a levantar el sitio y retirarse con su hueste a Troyes, donde la batalla decisiva se libraría en los Campos Cataláunicos. Según Jordanes el terreno elegido por Atila era una extensa llanura inclinada en “una ligera pendiente que crecía hasta formar un pequeño collado” en uno de sus extremo. Con ambas fuerzas igualadas en número (unos 50.000 por bando), el control de esta altura sería la llave de la victoria.

Atila dispuso a sus tropas con los hunos en el centro flanqueados por gépidos a la derecha y Ostrogodos a la izquierda; mientras que Aecio desplegó a los bárbaros en su centro y derecha encargando a los romanos la toma de la colina. La mañana pasó en escaramuzas y maniobras de despliegue, con un intranquilo Atila postergando el combate a causa de los malos augurios que le habían vaticinado sus chamanes.

La batalla en una miniatura del Espejo de la Historia de Jacob van Maerlant, 1325-1335. Wikimedia Commons

Por su parte Aecio confiaba en la victoria, por lo que inició la batalla apoderándose de la altura con sus legiones, que barrieron a los escaramuceadores enemigos y formaron un impenetrable muro de escudos erizado de lanzas en la cima. Atila respondió lanzando a los Gépidos pendiente arriba al tiempo que ordenaba el avance general, iniciándose así un combate en todo el frente.

Agotados por la carrera colina arriba y diezmados por los dardos y jabalinas que les arrojaban los romanos, los gépidos fracasaron en el intento, pero en el centro los hunos se abrieron paso con sus arcos y lanzas empujando a los alanos hasta que se abrió una brecha entre ellos y los visigodos de Teodorico.

Atila anima a sus guerreros durante la batalla. Grabado de Hermann Vogel, siglo XIX. Cordon Press

Atila aprovechó el momento para penetrar por el hueco, cercando el flanco derecho enemigo en una maniobra envolvente en la que Teodorico fue muerto de un flechazo. Con todo el ataque no logró desbandar a los visigodos, que contraatacaron rebasando el flanco izquierdo apoyados por los romanos, que cargaban colina abajo atacando a los hunos por la espalda.

Con ambos flancos destrozados, al rey huno solo le quedaba la opción de retirarse al círculo que formaba su campamento de carretas si no quería ser rodeado, y allí huyó al galope con lo que quedaba de su ejército. Según Jordanes, Atila pensó en su desesperación suicidarse en una pira hecha de sillas de caballo, pero al ver que los romanos no atacaban el campamento optó por regresar al otro lado del Danubio. Con unas bajas ligeramente inferiores a las 16.000 del enemigo, Aecio decidió no perseguirle.

EL OCASO DE UN REY

Esta decisión se revelaría un craso error cuando tras un invierno lamiéndose las heridas, Atila encabezó una nueva invasión del Imperio occidental al año siguiente, cruzando los Alpes hacia Italia mientras una segunda horda invadía de nuevo la Galia. El hombre conocido por los cristianos como el Flagelo de Dios, que había venido a castigarles por sus pecados, regresaba para vengarse.

El asedio de Aquilea por Atila en una ilustración del Chronicum Pictum, Hungría 1358. Wikimedia Commons

Si bien el ataque sobre la Galia fue derrotado por romanos y francos, la incursión italiana fue todo un paseo militar. Atila se desquitó por su anterior derrota arrasando Aquilea, donde asesinó o esclavizó a cerca de 100.000 personas, para devastar luego el valle del Po hasta tomar la rica ciudad de Mediolanum (Milán).

Entrevista entre León y Atila en un fresco pintado por Rafael Sanzio en las estancias del Palacio Apostólico del Vaticano, 1513-1514. Wikimedia Commons

Allí recibió una embajada de Roma encabezada por el papa León I que le imploraba no atacar la sagrada Urbe, algo que de todos modos parecía arriesgado dada la falta de pastos para sus caballos y la amenaza de Aecio, que con 20.000 hombres hostigaba la retaguardia bárbara. La noticia de un ataque del emperador de Oriente contra el territorio huno terminó de convencer al caudillo, quien dio media vuelta en lo que muchos interpretaron como un milagro logrado gracias a la intercesión del Santo Padre.

Con los romanos de oriente rechazados de vuelta al Danubio, Atila se puso a planear su próxima campaña contra Roma en el invierno del 453, aprovechando el tiempo para tomar como segunda esposa a la princesa germana Ildico. Sin embargo el destino tenía otros planes, y durante una de las borracheras que siguieron a la boda, el temido líder huno murió en su tienda de un derrame cerebral.

Muerte de Atila en su noche de Bodas. Wikimedia Commons

Los funerales descritos por Jordanes estuvieron a la altura de la vida de tan legendario guerrero, pues cientos de hunos cabalgaron alrededor de su féretro mientras cantaban su hazañas y se cortaban las mejillas, llorándolo “con sangre en vez de lágrimas”. Su cuerpo fue enterrado en tres sarcófagos sucesivos de oro, plata y hierro, protegido del saqueo mediante el expeditivo método de ejecutar a los esclavos que habían cavado la tumba para mantener el secreto.

A su muerte, el reino huno que se extendía desde el Rin al Mar Negro se fundió como la nieve en primavera, pero su fin llegó demasiado tarde para el Imperio Romano de Occidente, que herido de muerte por tantas invasiones bárbaras desapareció con la destitución de su último emperador, Rómulo Augústulo en el 476.

Fuente: Historia National Geographic

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