50 años de la muerte de Tolkien: por qué no nos cansamos de viajar a la Tierra Media

El 2 de septiembre se cumple medio siglo de la muerte del creador de “El Hobbit” y “El señor de los anillos”. Cómo esas obras se convirtieron en clásicos entre generaciones jóvenes y hoy forman parte de la cultura pop.

Número Cero. Tolkien. Ilustración de Eric Zampieri

Hay muchas maneras de comenzar una novela y algunas se volvieron célebres. Está la mañana en la que Gregorio Samsa se despertó convertido en un insecto, o el momento en el que Aureliano Buendía, ante el pelotón de fusilamiento, recordó cuando su padre lo llevó a conocer el hielo. Y está este comienzo: “En un agujero en el suelo, vivía un hobbit”.

En la edición de la editorial Minotauro por el 75 aniversario de El Hobbit, Christopher Tolkien, hijo y albaceas del autor, cuenta en el prefacio que su padre escribió esa frase en una hoja en blanco, mientras corregía ensayos de sus alumnos, y que “por largo tiempo no hizo nada más al respecto”, solo el Mapa de Thór. Christopher calculó que ese inicio fue en 1930. En 1937, la novela era editada por primera vez.

Se cumplen el 2 de septiembre 50 años de la muerte de J. R. R. Tolkien, autor de culto para generaciones de lectores, más cercanos al fandom que a la academia. Muchos de ellos eran adolescentes cuando encontraron en El Hobbit o en El señor de los anillos una puerta a otros mundos: el de la lectura, el de la fantasía y el del lenguaje.

Tolkien El señor de los anillos 992 Rumbos Foto PrensaTolkien El señor de los anillos 992 Rumbos Foto Prensa

Para algunos sería mezquino (y para otros, discutible) concebir su legado como estrictamente literario. A través del cine, de los juegos de rol y de las series, sus personajes pasaron al museo de la cultura pop. ¿Cuántas veces para poder hablar de la innombrable oscuridad del mundo real evocamos al Ojo de Sauron o a las tinieblas de Mordor? ¿Cuántos señores barbados comparamos con Gandalf? ¿Cuántos orcos y trolls vemos a diario en redes sociales? ¿Cuántos memes y stickers de Gollum o de Frodo hemos usado?

Medio siglo después de la muerte de Tolkien, es interesante recorrer el mapa y el territorio (y las lenguas) de las historias de la Tierra Media, que se volvieron masivas cuando Peter Jackson decidió que iba a dedicar la mitad de su vida a hacer de una buena vez una versión digna en el cine.

EL IMPACTO DE LA GRAN GUERRA

A Tolkien le tocó vivir lo que a tantos jóvenes de comienzos del siglo 20: ser soldado en la Primera Guerra Mundial. Sobrevivió, regresó a las aulas de la universidad y, entre clases, recreó sus propias batallas épicas, en otro tiempo y espacio.

Una película sobre su vida (bastante mala, por cierto), en la que un joven Nicholas Stout interpreta al escritor, arriesga que el shock postraumático de esa guerra cuerpo a cuerpo, en la que perdió tantos amigos, hizo mella en el inglés, aunque el mismo Tolkien nunca haya admitido inspiraciones reales ni alegorías en sus obras.

Lo cierto es que la vida personal del inglés no escondía grandes peripecias: era un señor que fumaba en pipa, casado con su primera novia, con cuatro hijos, filólogo y profesor universitario, de perfil católico e ideas bastante conservadoras. Él mismo se consideraba un hobbit. Quizá, más que intentar forzar relaciones entre su vida y su obra (o cuestionarla desde el anacronismo de la cancelación), vale más preguntarse por qué esos libros, tantos años después, siguen magnetizando a lectores en todo el mundo.

LA ÉPICA DE LA JUVENTUD

Roberto Chuit Roganovich es escritor (Quiebra el álamo es su primera novela) y profesor en el curso de ingreso de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba. Para él mismo, esas novelas durante su infancia y su adolescencia fueron un ingreso a la lectura.

“La pedantería con que ciertos adultos han tratado a la literatura fantástica y maravillosa (a veces pedantería ni siquiera consciente, o incluso mediada por el mero amor) hizo mucho por nosotros. A la vez que se nos excluyó de ciertas formas del realismo (que, sin dudas, podría habernos desmotivado en la lectura), se nos dio absoluta libertad y potestad en mundos maravillosos e infinitos. Sin saberlo, nos estaban ‘condenando’ a experimentar el mundo de formas completamente elásticas, alternativas. Es la fuerza de la imaginación operando de manera libre y sin trabas”, dice.

Ahora, en contacto con las nuevas generaciones de adolescentes que ingresan a la UNC, comenta sobre sus consumos culturales: “La influencia del género maravilloso todavía sigue siendo enorme, a la que se suman, en los últimos años, las sagas de superhéroes, la cultura del manga y el animé japonés, las fanfic producidas por chicos jóvenes y que son subidas a foros especializados, los cómics, y las series fantásticas, maravillosas y distópicas”.

“No sabría decir por qué conectan estos géneros con los adolescentes. Pero notamos que los ingresantes vienen con intereses que la academia hoy no puede contener y que suelen moverse en campos mucho más diversos y amplios que el género realista”, cierra.

Las aventuras de Bilbo y los enanos es el centro de la historia de 'El hobbit'.Las aventuras de Bilbo y los enanos es el centro de la historia de ‘El hobbit’.

REFUNDAR UN GÉNERO

Si las novelas de Tolkien eran parte de la educación sentimental de varias generaciones y luego ese lugar fue ocupado por las de Harry Potter, los intereses de las juventudes hoy parecen haberse diversificado. Sin embargo, cuando asoman historias con hechiceros, elfas o criaturas de orejas extrañas, suele hallarse un eslabón perdido en Tolkien.

Para Chuit Roganovich, ese legado estalla en relatos maravillosos y brilla sobre todo en los libros y las series de Game of Thrones, así como en la obra del escritor Best Seller Brandon Sanderson. “Tolkien no sólo generó una escuela temática y de contenido en la literatura, sino, además, una estética profundamente redituable y traducible a otras plataformas y otros lenguajes artísticos”, dice.

Ariel Gómez Ponce es investigador del Conicet, docente del Centro de Estudios Avanzados de la UNC, y se especializa en cultura popular, masiva y mediatizada. Para él, Tolkien logró tomar fragmentos genéricos de distintas tradiciones de la mitología y reconstruirlos formando su propia impronta, su propio modelo de mundo. “Reunió elementos muy atractivos que circulan por los imaginarios populares, relacionados con el mito y con las construcciones de ciertos valores en la humanidad. Y, también, con ciertos temores”, analiza.

También entiende que los revivals de Tolkien se relacionan con los elementos de la primera y la segunda guerras mundiales que aparecen en sus obras. “Eso mismo hace que vuelva a aparecer en nuevos contextos bélicos”, agrega.

“Dos grandes aportes son un nueva ‘genericidad’, un ‘género Tolkien’, digamos. Y por otro lado, esta plasticidad para reaparecer en ciertos momentos, no perder actualidad y ser útil para leer rápidamente las nuevas condiciones históricas. Desde ese lugar, es un clásico “, agrega.

Una discusión sobre qué entra y qué queda fuera del canon literario no sería, quizá, tan interesante como pensar por qué determinados textos calan hondo en ciertas representaciones y momentos.

Para Ariel, hay tres preguntas importantes para hacerse a la hora de pensar en estos íconos de la cultura pop: “¿Qué patrones universales pueden llegar a adherirse ahí? ¿Qué forma de representación del mundo que es atractiva para un público global y un público amplio aparece en ese objeto? ¿Qué mitos profundos de la memoria cultural están trabajando y removiendo que hacen que permanezca constantemente, a lo largo de los años?”.

Tolkien El señor de los anillos 992 Rumbos Foto PrensaTolkien El señor de los anillos 992 Rumbos Foto Prensa

SINDARIN Y QUENYA

Quienes hayan quedado atrapados en algún momento de su vida por estos libros recordarán que la lectura suma dos placeres: recorrer los múltiples mapas que acompañan su obra (los originales, creados por el mismo autor, o los elaborados por cartógrafos especialistas en territorios imaginarios) y repasar los glosarios con raíces morfológicas, verbos y demás detalles de las lenguas que inventó, entre ellas, el Sindarin y el Quenya, sus “lenguas élficas”.

Estas lenguas artificiales (o “conlangs”, por la unión de las palabra Constructed-Languages) forman un enorme universo, desde el glíglico, la lengua erótica que hablan La Maga y Oliveira en Rayuela, hasta el Jabberwocky, de Lewis Carroll; o las varias creadas para Game of Thrones.

Pero en este caso, el escritor inventó primero las lenguas y, después, pensó en quienes iban a hablarlas. La creación lingüística precedió a la literaria. Hace unos años, en una entrevista con La Voz, Carolina Panero, licenciada en Lenguas, quien realizó una investigación sobre las lenguas élficas para la UNC y la presentó en Birmingham en el 50 aniversario de El señor de los anillos, explicaba cuán profusa es la bibliografía sobre la gramática, la conjugación de verbos y los vínculos de esos idiomas con lenguas naturales (como el finlandés o el galés).

Para Gómez Ponce, si hay algo para destacar en la creación lingüística de estas ficciones es que otorga a sus lectores un sentido de comunidad. “Los sujetos se encuentran al conocer ese lenguaje, se sienten parte. Nuestra identidad se vehiculiza a través del uso del lenguaje. Entonces, ser parte de ese lenguaje críptico, secreto, a uno también lo hace parte de la comunidad Tolkien, lo acerca a ese mundo ficcional. Tiene mucho valor en las comunidades que son fanáticas, en el fandom”, añade.

Y concluye que esas comunidades, que se crearon en torno a Tolkien mucho antes de las redes sociales, cuando no había ni foros, contienen a los verdaderos investigadores de esos mundos ficcionales: “Ese es también uno de los grandes logros de Tolkien, haber generado estas grandes comunidades de fans, en las que el lenguaje cobra otra validez”.

¡Nai aurelya nauva mára! Hasta la próxima.

Fuente: La Voz

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