A los 83 años muere Jorge Alvarez, primer editor de Mafalda

2146547El también productor musical argentino, quien vivió más de tres décadas de exilio en España, falleció ayer en Buenos Aires. Publicó a Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Ricardo Piglia y Quino.

Hinchaba por River Plate en mitad de los 40, cuando era solo un niño y tomaba clases en el prestigioso Colegio Nacional de Buenos Aires. No existe coordenada precisa del día en que nació en 1932, en los chalets de la misma capital argentina desde donde ayer, pasado el mediodía, anunciaron que había muerto. Afamado productor discográfico y editor imparable, Jorge Alvarez llevaba tres semanas internado, hasta que la semana pasada entró en un coma farmacológico irreversible. Tenía 83 años.

Su padre fue dueño de una popular sastrería. Lo querían contador o abogado, pero un joven Jorge Alvarez, quien se había criado entre choferes y servidumbre, decía que los números nunca lo sedujeron. Quería ganarse la vida jugando póquer o fútbol, apostando en carreras de caballos. Por esos años, empezó a trabajar en una librería jurídica que además editaba sus propios volúmenes. Fue el primer acercamiento del futuro editor con los libros. Allí quiso publicar una biografía de Eva Perón, escrita por David Viñas, pero desde luego nadie estuvo de acuerdo. En 1963, con 29 años, fundó la editorial que llevaría su nombre, y poco a poco, título tras título y luego, disco tras disco, se convirtió en un gestor cultural nato y reconocidísimo de la escena cultural de los 60 y 70 en Argentina.

Y, si alguna vez quiso apostar por caballos y jinetes en el hipódromo, uno de sus incontables amores, logró hacerlo años más tarde, aunque infiltrado en el mundo literario: tras la frustrada biografía de Perón, apostó por Cabecita negra, de Germán Rozenmacher, ópera prima de su negocio como editor. Luego, entre 1963 y 1968, publicó Los oficios terrestres, de Rodolfo Walsh; La traición de Rita Hayworth, primera obra de un desconocido Manuel Puig; Responso, de Juan José Saer, e Invasión, una compilación con los primeros relatos de Ricardo Piglia. Sin embargo, su mayor acierto –al menos en cuanto a ventas– le tomaría algo más que un par de tazas de café y palabras engatusadoras para los autores de su catálogo.

Para mediados de los 60, su librería calle Talcahuano 485, en Buenos Aires, ya era uno de los epicentros literarios. Hasta allí llegó Quino, el hombre que había dado vida a Mafalda, varios años antes. Alvarez, quien lo conocía bien, fue el primero en convencerlo de que sus tiras eran material perfecto para ser compaginado. Y así fue.El éxito fue tal, que fue de sus pocos autores en pasar de su primera editorial a Ediciones de la flor, fundada en 1967 junto a Daniel Divinsky. Sin embargo, ambos proyectos editoriales fracasarían producto de las políticas económicas de Adalbert Krieger Vasena, ministro de Economía durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, entre 1966 y 1969, periodo oscuro para el emprendimiento al otro lado de la cordillera.

Ya convertido en librero y editor excepcional, Alvarez quiso volver a otro de sus amores, la música. En 1968 fundó el sello Mandioca, la firma que descubrió y apostó por bandas como Manal, Vox Dei, Almendra y Sui Generis. Pronto le llegaron las advertencias: “Estás creando una juventud contestataria”, le dijeron en 1977, cuando se encontraba en una fiesta del cineasta Leopoldo Torre Nilsson. Alvarez se vio en la obligación de abandonar su tierra y partir a España, a vivir un exilio de largos 34 años.

Fueron, sin embargo, tres décadas importantes en su carrera como productor. Mientras trabajaba para el equipo de CBS, buscó músicos en salas de ensayo para formar el conjunto pop Mecano. La tarea le tomó tres años y medio hasta dar con Torroja y los hermanos Cano. Producidos por Alvarez, la banda lanzó su disco debut Mecano (1982) y ¿Dónde está el país de las hadas? (1983). Ambos fueron un éxito.

En 2011 retorna a Buenos Aires. Concedía pocas entrevistas, y en casi todas se refería a sus anhelos de retornar al mundo editorial. También de escribir sus memorias. El 24 de abril de 2013, la Universidad Nacional de Córdoba le concedió el Premio Cultura 400 años, y pocos meses después, bajo la editorial Libros del Zorzal, publicó un grueso volumen que sumaba cientos de sus historias narradas en primera persona.

Compañero inseparable de Willy Schavelzon, uno de los agentes literarios más poderosos de Hispanoamérica, el afamado ex editor reflexionó tras la muerte de Alvarez: “Fue un gran innovador de la edición en la Argentina, por momentos genial. Lo triste es que no pudo sostener el proyecto, su creatividad no iba acompañada de la estabilidad y el respeto que hubieran merecido los autores, traductores y colaboradores de la editorial. Fue el primero en publicar a Walsh, Saer, Piglia, Quino y Manuel Puig, pero no pudo mantenerlos más que por un corto tiempo”.

Entre ayer y hoy, en la Biblioteca Nacional de Argentina, los restos de Jorge Alvarez fueron velados como los de un rockstar de culto. “Jorge Alvarez fue el editor más revulsivo e imaginativo de los 60: con él se iniciaron muchos autores de la Argentina hoy consagrados”, dijo el director de la institución, Horacio González.

Sin recetas para el éxito, alguna vez le preguntaron cuáles habían sido sus claves para convertirse en quien fue: “Arriesgarme, simplemente”, dijo. Su espíritu, con los años, seguía siendo el de un empedernido apostador.

FUENTE: Diario La Tercera

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