Juan Bautista Vairoleto, uno de los bandidos rurales más populares de Argentina
Juan Bautista Vairoleto, uno de los bandidos rurales más populares de Argentina.

Santos criminales: los bandidos canonizados por la memoria popular

Desde Ascencio Brunel e Isidro Velázquez a los más populares Juan Bautista Vairoleto y Martina Chapanay: un recorrido por la historia y mitos de aquellos que al enfrentar a la ley escudados en una causa noble, se ganaron la devoción de miles de seguidores.

«Con sangre de un inocente se cura a otro inocente», fueron sus últimas palabras. Y así logró sanar al hijo moribundo de su propio verdugo, el primer milagro que atesora la leyenda. Antonio Mamerto Gil murió degollado, colgado cabeza abajo de un árbol, y en el mismo acto surgió el Gauchito Gil, el perseguido por la justicia que se convirtió en objeto de culto y en figura emblemática de un fenómeno que recorre la historia y la geografía de la Argentina: los bandidos santificados por la memoria popular.

Desde Ascencio Brunel, ladrón de caballos en Santa Cruz a principios del siglo XX, hasta Segundo David Peralta, Mate Cosido, el bandolero que secuestraba a empresarios y asaltaba a grandes empresas en el Territorio Nacional del Chaco, y desde los «gauchos malos» del siglo XIX hasta los pibes chorros de la actualidad, el mito y la reivindicación se asocian en historias de delincuentes absueltos por la posteridad y considerados capaces de ayudar a los necesitados y obrar curaciones.

Segundo David Peralta, “Mate cosido”
Segundo David Peralta, “Mate cosido”

«El fenómeno espontáneo de canonización se centra siempre en figuras menos notorias (que las celebridades históricas), como si tales creencias jugaran un papel compensatorio, rescatando del olvido a los héroes más humildes», dice Hugo Chumbita en Jinetes rebeldes, Historia del bandolerismo social en la Argentina, un pormenorizado estudio de la cuestión.

Las historias de santos criminales tienen un formato prototípico: sus protagonistas suelen ser víctimas de persecuciones injustas -a veces por el amor de una mujer, como le ocurrió a Juan Bautista Vairoleto– y se ponen fuera de la ley por las arbitrariedades de la policía -el caso de Mate Cosido, según su propio testimonio-; sus robos afectan exclusivamente a los poderosos y tienen cierto sentido redistributivo de las riquezas, o bien festivo, como las celebraciones adjudicadas a Martina Chapanay; las fuerzas de seguridad recurren a traidores y los ejecutan con ensañamiento, lo que refuerza la indignación popular y la simpatía hacia los bandidos.

Los santuarios del culto

En desventaja ante las fuerzas de la ley, los bandidos santificados tienen payé, el poder hipnótico que la leyenda le atribuyó a la mirada del Gauchito Gil, o recursos mágicos como el pañuelo que indicaba por dónde venía la patrulla policial y el sapucay que inmovilizaba a los perseguidores, en el caso de Isidro Velázquez, de cuya muerte se cumplieron este mes cincuenta años.

Sus fantasmas, de acuerdo con los mitos, se presentan para continuar los enfrentamientos con los funcionarios o las elites que instigaron las persecuciones, ahora en el terreno de la memoria y del olvido. El patrón de la estancia La Estrella, Heriberto Speroni, mandó trasladar los restos de Antonio Gil al cementerio, pero la osamenta del gauchito, según se cuenta, se le aparecía a cada rato y la tumba volvió a su lugar original.

El santuario del Gauchito Gil, ubicado en el cruce de las rutas 123 y 119, a 8 kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes, es el centro de una peregrinación que cada 8 de enero recuerda la muerte del personaje, ocurrida según las versiones más difundidas en 1878, después de ser acusado injustamente de robar animales.

José Dolores Córdoba también tiene un santuario, en la localidad de Rawson, en San Juan, donde acuden los peregrinos que buscan sus favores y también los asistentes a la Fiesta Nacional de Doma y Folklore Cuyano. El gaucho José Dolores, como se lo llama, fue reconocido en vida por sus presuntos poderes sanadores. Acusado por robo de ganado, la policía lo mató el 2 de noviembre de 1858 en el lugar donde hoy se consagra su memoria.

Retrato de José Dolores
Retrato de José Dolores

El gaucho de origen chileno Juan Francisco Cubillos (1868-1895) pudo escapar de las persecuciones policiales con ayuda de gente humilde, en Mendoza. Según el mito, fue muerto por un cabo y un agente mientras dormía. Tiene dos santuarios, en las ruinas de la mina Paramillos de Uspallata, donde lo asesinaron, y en el cementerio de Mendoza, donde se encuentra su tumba.

El 3 de mayo es la fecha en que se celebra el culto del gaucho Antonio María, en su santuario de la segunda sección del departamento de Ituizangó, en Corrientes. Como sucede con otros personajes, su leyenda incluye versiones contrapuestas, que en su caso lo presentan alternativamente como una especie de iluminado que hacía milagros y como un peligroso bandido con delirios místicos.

Juan Francisco Cubillos
Juan Francisco Cubillos

Antonio María era jangadero en el Alto Paraná. Su vida dio literalmente un vuelco cuando la embarcación que guiaba naufragó en medio de una tormenta. El gaucho salió con vida del percance, y con la convicción de que Dios lo había salvado para que se dedicara a hacer el bien.

Fue así como el Gaucho Antonio María, en las versiones positivas de su historia, empezó a hacer curaciones y a socorrer a los pobres en la zona del Iberá. Sus detractores, en cambio, afirman que decidió radicarse en un islote del estero para ponerse a salvo de las persecuciones policiales, en compañía de otros matreros. Las dos líneas coinciden en que asesinó a su compañera embarazada -por el sátiro Curupí, dijo-, lo que provocó la indignación de los vecinos y su muerte y decapitamiento, en 1840, a manos de la policía.

De bandoleros y chorros

En el santuario del Gaucho María se preserva un timbó bajo el cual se cree que decía sus oraciones y sobrellevaba sus arrebatos místicos. El color celeste con que se lo representa alude al tradicional partido liberal de Corrientes. Las líneas del bandolerismo y de la lucha política se cruzan en otros personajes: Guillermo Hoyo, alias Hormiga Negra, combatió del lado de las fuerzas federales en las batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861) antes de volverse célebre como personaje de un folletín de Eduardo Gutiérrez y de un drama de los hermanos Podestá; Martina Chapanay integró hacia 1820 la caballería de Facundo Quiroga, se alistó más tarde con las tropas del federal Nazario Benavídez contra el ejército del coronel Mariano Acha y en su última campaña militar se sumó a las huestes de Angel Vicente Peñaloza.

Guillermo Hoyos, alias “Hormiga Negra”
Guillermo Hoyos, alias “Hormiga Negra”

Nacida hacia 1800 en una comunidad huarpe del valle de Zonda, Martina era hija del cacique Ambrosio Chapanay y de la criolla Mercedes González, y llegó a liderar una banda de salteadores que actuaba en la serranía de Pie de Palo, en la provincia de San Juan. «Se hizo famosa por su arrojo. Era una rastreadora infalible, tenía vista de águila y una memoria y oído extraordinarios», dice Chumbita, también autor de la letra de la canción Bandidos rurales, que difundió León Gieco.

Ante la derrota de los federales, Chapanay recibió un indulto y el grado de sargento mayor y volvió a su provincia natal, donde murió alrededor de 1874. «Los paisanos buscaban su ayuda y consejo, le atribuían dones misteriosos, y sus augurios y recomendaciones adquirían una autoridad sobrenatural», agrega el historiador en Jinetes rebeldes. Una tumba humilde congrega a los cultores de su figura en el pueblo de Mogna, departamento Jáchal.

Martina Chapanay (Ilustración Cristian Mallea)
Martina Chapanay (Ilustración Cristian Mallea)

En 1923 una partida policial mató por la espalda a Andrés Bazán Fríasel Manco o el Zurdo,en el Cementerio del Oeste de San Miguel de Tucumán, y dio nacimiento a un nuevo mito. Su currículum incluyó incidentes menores y breves períodos de cárcel hasta que en 1921 cometió un robo y mató a un agente que lo perseguía.

Bazán Frías circuló entre el monte y la ciudad, en contacto con militantes anarquistas. Su figura quedó pronto desplazada por la de Mate Cosido, quien entre otras acciones condujo asaltos contra grandes empresas como La Forestal -en sociedad con Juan Bautista Vairoleto- y Anderson & Clayton.

Tumba de Andrés Bazán Frías
Tumba de Andrés Bazán Frías

El 7 de enero de 1940, en Villa Berthet, Chaco, una patrulla de la Gendarmería Nacional preparó una emboscada para detener a Mate Cosido cuando iba a recibir el rescate por el secuestro del encargado de una estancia, Jacinto Berzon. Hubo un tiroteo, pero Peralta consiguió escapar y desde entonces su paradero fue un enigma.

La Gendarmería lo dio por muerto, pero dos meses después Peralta envió una extensa carta a la revista Ahora. Fue su última prueba de vida, y un intento de contar su propia historia: «Yo creo que el origen de esta conducta mía está basada en esto: No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos. Soy una fabricación por las injusticias sociales que siendo muy joven ya comprendí, y por las persecuciones gratuitas de un policía inmoral y sin escrúpulos».

Cuando la policía individualiza a un hombre con antecedentes, se quejó, «lo primero que hacen es quererlo conquistar como delator, si no acepta, vienen las persecuciones». Mate Cosido afirmó tener dos normas de conducta, «la primera evitar la violencia todo lo posible, dentro de mi realidad, para alejar toda posibilidad de homicidios y comentarios desfavorables, desprestigiándome a mí y a los camaradas que me acompañan y esta otra: extremar las energías en el combate forzoso cuando se trata de defender la libertad o eliminar algún delator».

Si el paradero de Mate Cosido sigue siendo un enigma, San Vairoleto tiene una tumba en el cementerio de General Alvear, en la provincia de Mendoza. «Vairoleto amigo, fiel compañero/ no nos olvides, ayúdanos,/ que es el deseo de aquellos pobres/ por quienes diste tu corazón», reza una de las oraciones que invocan al salteador pampeano, de ideologia anarquista.

Los descendientes de los antiguos bandidos parecen encontrarse en los pibes chorros, como muestra el caso paradigmático de Víctor El Frente Vital, un ladrón de 17 años que se convirtió en santo después de ser muerto por la policía bonaerense, en 1999, cuando no tenía armas y se había entregado.

«Lo que obtenía lo repartía entre la gente de la villa: los amigos, las doñas, las novias, los hombres sin trabajo, los niños», escribió Cristian Alarcón en Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, la crónica donde reconstruyó el itinerario del personaje y su canonización como «santo de los pibes chorros».

Los santos criminales se oponen a la ley, pero también aparecen como guardianes del orden en sociedades aleatorias con la policía o en cumpliendo de funciones de las que el Estado se desentiende. Este es el caso del Frente Vital, según el relato de Alarcón: «imponía, bajo métodos cuestionables, cierto orden en los estrechos límites de su territorio». Las razones del culto surgen de «su generosidad con el producto de los robos y el respeto que imponía como enemigo intransigente de la policía y villero preservador del orden informal».

Una mirada social

La comprensión del bandolerismo como fenómeno social dio un giro a partir de Bandidos, el estudio del historiador norteamericano Eric Hobsbawn (1968). El mismo año el sociólogo Roberto Carri publicó Isidro Velázquez. Formas prerevolucionarias de la violencia, para plantear «un problema poco estudiado de la política nacional: las rebeliones espontáneas de sectores del pueblo, formas violentas de protesta que no adoptan manifiestamente un contenido político pero que indudablemente lo tienen».

Algunos de los libros que indagan en este fenómeno
Algunos de los libros que indagan en este fenómeno

Carri -cuya hija, Albertina, se ocupó también del bandido en la película Cuatreros– analizó en clave política el fenómeno de la canonización de los criminales: «En Corrientes se venera la memoria de una serie de paisanos alzados: donde están enterrados existe un verdadero culto popular, las reliquias de objetos pertenecientes a los mismos tienen un gran valor para el pueblo. Debido a la estructura latifundista y a las características del sistema político correntino, estos paisanos generalmente jugaron un papel activo en favor de caudillos del partido autonomista».

Entre los devotos del Gauchito Gil, el escritor Orlando Van Bredam recreó su historia en la novela El retobado, donde lo definió «como un justiciero popular». Según su testimonio, conoció al santo cuando el auto que conducía se descompuso cerca de Mercedes y un mecánico adjudicó el desperfecto a que no había hecho sonar la bocina ni bajó a buscar una cinta roja al pasar frente al santuario, como es de práctica.

Santuario de la Difunta Correa
Santuario de la Difunta Correa

El fenómeno del Gauchito es el eje además de Santos ruteros, una crónica de Gabriela Saidon en la que también se aborda el mito de la Difunta Correa, la joven sanjuanina que hacia 1840 murió de sed y amamantó durante dos días a su bebé, cuando iba a visitar a su esposo, en la cárcel.

En la perspectiva de Hugo Chumbita, el mito que rodea a los santos bandidos «es síntoma de un conflicto entre la élite y las masas» y la celebración de quienes quebrantan la ley implica «un cuestionamiento al orden social y legal». El investigador de folclore Juan Draghi Lucero apuntó otra causa de fondo: «El pueblo de urdimbre humildísima e ignorante no cree en la real legalidad de la justicia». Un escepticismo que, en otro plano, es un motivo permanente de creencias.