Entrevista a Arturo Pérez-Reverte

519037b1c86885_322x226.62013691Arturo Pérez-Reverte es el español más leído del mundo. Sus historias fueron llevadas al cine, traducidas a cuarenta idiomas y son material de estudio en los colegios españoles y argentinos. De visita en el país para participar de la Feria del Libro y presentar su última obra, «El tango de la Guardia Vieja», habló de literatura, oficio y tango.

Sabe mucho de Malvinas. Durante veintiún años, Arturo Pérez-Reverte trabajó como corresponsal de guerra y entre los conflictos bélicos del Líbano, del Sahara, del Salvador, de Mozambique y del Golfo, cubrió en 1982 la batalla en el Atlántico Sur. Compartió bebidas, charlas, información y hasta amistad con algunos de los oficiales argentinos que por ese entonces conoció; los mismos que tiempo después lo dejaron helado al ser acusados de torturadores. Cansado de esto, de la muerte, de las miserias humanas, y de vivir entre la literatura y el periodismo, doce años después dijo “basta” y se dedicó a la narrativa.

Nació en Cartagena, España, el 25 de noviembre de 1951. De niño, su padre le inculcó la pasión por las letras a través de los autores del Siglo de Oro más destacados: Francisco de Quevedo, Félix Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca y Luis de Góngora. Cuando terminó la escuela, estudió periodismo y ciencias políticas. Sus primeros artículos fueron publicados en el diario «Pueblo», durante el franquismo. Además, fundó en 1978 la revista «Defensa», trabajó para Televisión Española (TVE) y condujo un programa de radio. Su carrera como escritor comenzó en 1986 con «El húsar y no paró»: ya lleva escritas más de veinte novelas, entre ellas «El maestro de esgrima», «La tabla de Flandes», «Cabo Trafalgar», «Territorio comanche» (donde devela lo más oscuro del periodismo), «Un día de cólera» y «Las aventuras del capitán Alatriste».

En noviembre pasado publicó su más reciente obra, «El tango de la Guardia Vieja», en la que cuenta la historia de amor, traición e intriga de dos personajes tan diferentes como atractivos, Max Costa y Mecha Inzunza, a lo largo de cuatro décadas y dos continentes marcados por la violencia. Con esta novela, inspirada en una visita a Buenos Aires hace más de dos décadas, volvió ahora a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y volvió a cautivar a su público argentino.

¿Cuál fue el germen de esta novela?

Hace muchos años, una noche en Buenos Aires estaba tomando una copa mientras veía un espectáculo en el que dos jóvenes bailaban tango convencional y después invitaban a sumarse a los señores y a las señoras que allí estaban. En un momento, el bailarín, un tipo guapo, sacó a bailar a una mujer elegante de unos 60 años y yo comencé a pensar en muchas cosas, como por ejemplo que hay mujeres superiores, no por lo guapas, por lo ricas o por lo elegantes, sino porque hay algo en ellas, su presencia, su manera, no tanto su clase social, que da una especie de aplomo, de serenidad femenina espectacular. Ahí me quedó un vínculo con la mujer de edad, porque la edad no solamente no marchita ciertas condiciones o virtudes sino que al contrario, al despojar de otras cosas, las potencia y las sublima. Y ese fue el primer elemento de muchos otros que vinieron después y que me dieron la semilla de esta historia. Yo todo lo saco de la vida real, como Max, que en lo físico, en las maneras y en las actitudes es mi padre, un tipo elegante, de la buena sociedad mediterránea de los años 30, que adoraba el tango.

Usted empezó a escribir «El tango de la Guardia Vieja» en Madrid en 1990. ¿Qué pasó que su publicación ocurrió tantos años después?

Es que en el momento en que arranqué me di cuenta de que no funcionaba, no iba bien; mi instinto profesional me decía que pare. No tenía vida suficiente, no tenía estragos, ni canas, ni arrugas, ni el despojo que la vida te va dando; no tenía la mirada que necesitaba tener para dar mirada a los protagonistas. Por eso, la retomé recién hace dos años.

La historia entre Max y Mecha nace con un tango y hasta parece poder definirse a su manera. ¿Cuáles fueron las razones de esta elección?

A mí el ajedrez me gusta mucho, considero que es lo que mejor simboliza la vida. Bueno, el tango también es ajedrez: tiene un rey, aparentemente fuerte, que necesita protección continua, y una reina, que pareciera débil pero que es la pieza más poderosa. Cuando vi bailar tango, llegué a la conclusión de que es ajedrez; la mujer teje una telaraña coreográfica en la que parece mandar el hombre, pero si te fijás te das cuenta que la fuerza en la pareja la tiene ella. El tango es símbolo de esa falsa debilidad de la mujer y de esa falsa superioridad del hombre. Mecha es inteligente, guapa y quien realmente tiene las riendas de la historia. Max no es inteligente, es un rufián pero astuto, tiene instinto, simpatía, dotes naturales y una habilidad para improvisar y salir airoso de una situación incómoda que lo hizo necesariamente argentino. No fue una elección casual.

Si tuviera que definir su trabajo, ¿cómo lo haría?

Yo soy un escritor profesional, no soy un artista. Soy un tipo que cuenta historias y que tiene una forma eficaz: intento que el lector comparta mi mundo, mi mirada y que, por sobre todo, comparta mi recorrida a través de la vida y de las cosas. Mi oficio es como cualquier otro, requiere de una serie de herramientas, como estructuras, géneros narrativos, recursos, que saco de la vida y de las lecturas que he tenido. Además, tomo notas de los grandes de la literatura, como Dostoyevski, y con ellas, y con mucha humildad profesional, fabrico mis propias herramientas. «El tango de la Guardia Vieja» es una novela con una arquitectura compleja, razón por la cual antes de ponerme a escribir tuve que armar el andamio. Es todo un trabajo, duro, arduo, no siempre grato. Una novela es como una mujer que uno ama mucho y que al final está deseando que se vaya a perseguir a otro.

Entre muchas otras cosas, escribir es elegir palabras. ¿Cuándo decide que una frase, un capítulo, está terminado y es tiempo de pasar a otro?

Una novela no termina nunca. Si ahora releyera esta, estoy seguro que cambiaría palabras pero ahora no puedo, es demasiado tarde. Con el correr de los años, me di cuenta que la lengua española, como todas, tiene grandes defectos. Yo creía que era la más perfecta, que tenía soluciones para todo, que me dejaba explicarlo todo, que tendría verbos, adjetivos y complementos adecuados para contarlo todo. Sin embargo, no puedo dejar de repetir verbos como “había”, “tenía”, “solía” y tampoco puedo evitar el “-mente”. Hay veces que no se encuentra la palabra o la frase adecuada y no es porque no puedas hacerlo, sino porque el español ya no va más allá. La lucha por la palabra, por el término justo, por evitar los excesos, es un trabajo muy minucioso y laborioso, que lleva buena parte del tiempo.

¿Qué escritores argentinos lo han influenciado a lo largo de su carrera?

Fundamentales para mí han sido Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, en un principio, pero también Manuel Puig y Osvaldo Soriano. Respecto de ellos hay algo que deseo resaltar. Cuando yo empecé con la literatura, hablaba de Arlt y veía las caras de los intelectuales de la época, que lo despreciaban por ser periodista y el escritor de aguafuertes. La misma actitud tenían para con Puig y Soriano. No tuve el privilegio de conocerlo, pero hablé muchas veces por teléfono con Soriano y él estaba triste porque no reconocían su mérito. Para entender la Argentina moderna, es necesario leer a Soriano, como son necesarios «Cambalache» de Discépolo y «Los siete locos» de Arlt. Ahora, todos los que antes los ninguneaban escriben los prólogos de las obras completas que de ellos editan. Es hacer justicia recordar que esto fue así: un puñado de gente sin título se apropió de las palabras “cultura” y “literatura” de la Argentina y durante mucho tiempo ninguneó a estos escritores.

Las redes sociales

Viaja sin Internet y con un teléfono que sólo le permite hablar. Se define como “uno de los últimos hombres libres”. Pero con Twitter le pasó algo curioso: encontró la manera de disipar la culpa, de terminar con el remordimiento que le producía no contestar las miles de cartas que sus lectores le enviaban. Ahora, se sienta todos los domingos durante dos horas frente a la computadora, habla en un tono informal, como si estuviese en un bar, a sus más de 660 mil seguidores, y demuestra que no está -tan- encerrado en su mundo.

Backstage

Durante meses, y mientras escribía «El tango de la vieja guardia», Pérez-Reverte registró características de los personajes, fotos de localizaciones e incluso detalles sobre problemas estilísticos o técnicos en la publicación Novelaenconstruccion.com, una especie de cuaderno de bitácora online en donde los lectores podían seguir su trabajo diario. El propio escritor explicó que con esta experiencia buscó compartir aspectos curiosos del proceso de escritura de la novela y que no respondió a un plan sistemático, sino que se trató de una seguidilla de notas informales que con el tiempo pueden convertirse en un material interesante.

(Especial, Paula Bistagnino. Diario La Mañana, Neuquén)

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