¿Por qué los coleccionistas compran esto?

Cecyl Bart, mesa y telas de diferentes colores, 17 mil dólares.

Por Avelina Lesper, crítica de arte.

Decepcionante. La feria de arte Zona Maco 2012, sin haber conocido la gloria, ha entrado en decadencia. Esta selección repetitiva de obras evidencia la visión que las galerías tienen de sus compradores, incluyendo al Estado que es su mejor cliente: es de una increíble pasividad, puritano, proclive al autoengaño y urgido de bloquear el libre ejercicio de la apreciación y la contemplación. Esta falta de originalidad de las obras es producto de la imitación patológica de lo que se produjo desde hace décadas. Pero ofrece un espacio seguro para el comprador conservador acrítico, que es básicamente el que adquiere este tipo de obras. El coleccionista de estos objetos no es un mecenas, es un consumista de los nuevos artículos de lujo en los que la novedad se limita a no ser lo que aparentan. Un montón de arena y otro de cal de Wilfrido Prieto, un toro invisible de Karmelo Bermejo, la insignificante sobre producción de José Dávila, los cartoncitos con letreros de Moris, ¿Por qué el coleccionista compra esto?¿Para qué adquiere papeles arrugados enmarcados o confeti envasado? ¿Por qué saca la tarjeta de crédito para llevarse un muestrario de telas sobre una mesa de Cecyl Bart? Para no sentirse excluido.

Wilfrido Prieto, montículos de cal y arena, 50 mil dólares.

El consumo es aspiracional, el que compra aspira entrar en un grupo y ser reconocido como miembro. La integración ideológica, religiosa o consumista permite que el individuo pertenezca a una tribu y sea protegido por ella. Así como los auto llamados artistas se integran a estas expresiones sin inteligencia para amparar su mediocridad grupal, el comprador se integra al grupo para no exhibir su falta de individualidad y de sensibilidad estética. Este pseudo arte, que es profundamente excluyente y fascista, hace del elitismo su motor de ventas. No basta tener dinero; además, hay que someterse a la dictadura de la contradicción y al totalitarismo estético, en donde el comprador no tiene idea de lo que adquiere y se deja aleccionar por completo, nulifica su pensamiento y si se emancipa, sencillamente no entra en el grupo.

 

MORIS, cartón y alambre, (20 x 30 ctm aprox) 3 mil dólares.

Estas obras no le gustan a nadie, no están hechas para invocar a la belleza, que a estas alturas es un anatema, están hechas para pertenecer a un grupo y participar de su ideología. El artista que destaca en este sindicato de la repetición no lo hace con una aportación original, lo consigue por un capricho del azar y de sus relaciones públicas y privadas. El comprador que adquiere esto no apoya al arte. De hecho ni siquiera sabe que su compra aporta a la involución del pensamiento artístico. Tampoco lo hace porque tenga una comunión intelectual con el artista ya que no existen ideas detrás de estas obras. Lo hace porque cada opción nueva de consumo se explota hasta que el aburrimiento la sustituye por otra.

 José Dávila, neón y concreto, 24 mil dólares.

El discurso curatorial proselitista se mimetiza con el discurso del vendedor. La obra se ve en menos de diez segundos y el galerista recita el speech de ventas durante un cuarto de hora en el que apenas puede respirar. Se ha implantado un fenómeno que antes era imposible de vislumbrar -cuando la obra era la que hablaba por sí misma y su apariencia-era consecuente con el significado- hoy el comprador se esclaviza a su adquisición. La obra, cuando es arte, es autónoma, toma su espacio y lo habita. Ahora con la obra en el desamparo absoluto, en peligro de ser arrojada a un cubo de basura, ser reciclada o confundida con la decoración de un bar, necesita a su comprador protegiéndola con retórica. El comprador tiene que aprenderse el speech de ventas que lo convenció de adquirir esa cosa y repetirlo. Este credo justifica su falta de exigencia. Mientras que con otros objetos de consumo el cliente exige lo mejor, en el arte se muestra sumisamente benévolo y condescendiente. Se deja engañar para no ser marginado, cree las virtudes invisibles de la obra y la adquiere intimidado, sin resistencia, con pánico a ser diferente y ejercer su pensamiento. El comprador sabe que su coche, su casa o su reloj le tienen que gustar y causarle satisfacción, pero en estas cosas tiene que resignarse a que así son. Es una aberración, esta es una forma de consumo irracional que se ejerce por algo que no emociona.

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