Revolución de Mayo de 1810

Una nueva conmemoración de aquellos eventos ocurridos en una Buenos Aires muy distinta a la que conocemos.

Por Santiago Sautel

Se cumple un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Una nueva conmemoración de aquellos eventos ocurridos en una Buenos Aires muy distinta a la que conocemos, cuando el Puerto Argentino, lejos de ser el moderno conglomerado empresarial que es hoy en día, era tan solo un grupito de casas bajas atestadas por las enfermedades y las pestes. Este acontecimiento constituye la piedra sobre la que se cimenta el Estado Argentino, y vale la pena recordarlo.

Ningún suceso histórico se desenvuelve completamente en un día, y la Revolución de Mayo no fue la excepción. Ya corría la revolución por la sangre de aquellos que rechazaron las invasiones inglesas, ya se hablaba de revolución en las tertulias revolucionarias de la jabonería de Vieytes. La misma que alimentaba las noches en vela de Juan José Paso, Castelli, Saavedra, Rodríguez Peña y Belgrano. La “maligna idea” que horrorizaba a las familias finas de Buenos Aires, que una vez por semana se reunían en las casas de los O’Gorman, los Alvear, los Sarratea o los Anchorena.

España había establecido un régimen cambiario cruel. El Virreinato sólo podía importar y exportar mercadería a través de cuatro españoles radicados junto al puerto, que a su vez eran los grandes contrabandistas de la época. Entre ellos, Martín de Álzaga y Martínez de Hoz. Este negociado espurio, que pronto extendería sus beneficios a la Gran Bretaña, debilitaba la economía de los locales al punto de arrojarlos a las más terribles miserias.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, las ideas de la Revolución Francesa, las ya mencionadas resistencias a las invasiones inglesas y las abdicaciones de Bayona dieron forma a un espíritu de rebelión que jamás había sido visto en las colonias españolas. La primera llama del derecho propio, del raciocinio independiente.

Cuando llegan a Buenos Aires las noticias de la caída de la Junta de Sevilla el 20 de mayo de 1810, un grupo armado con Martín Rodríguez a la cabeza se presenta en la casa del virrey Cisneros y le exige la convocatoria de un Cabildo Abierto. Así, al día siguiente se reparten por la ciudad las convocatorias a un Cabildo Abierto, a celebrarse el 22 de mayo a las 9 de la mañana.

Cuando se inicia la sesión del 22, la voz de España era representada principalmente por el obispo Lué, que insistía en que mientras haya un español en América, deberá tener el control del gobierno. El orador de los revolucionarios era Juan José Castelli, cuyas frases quedarían grabadas en la memoria de la dignidad nacional:

“Si el derecho de conquista pertenece al conquistador, entonces España debe renunciar a sus pretensiones territoriales en favor de Francia. Los españoles de España han perdido su tierra, dejen que los de América luchemos para salvar la nuestra”.

Manuel Belgrano, mientras tanto, se mantenía de pie junto a la ventana. Allá afuera, en la plaza, French y Beruti, los líderes de la Legión Infernal, se mantenían expectantes a su señal. Si las cosas salían mal, un pañuelo blanco flamearía desde el Cabildo, y una multitud armada haría justicia por la fuerza.

Juan José Paso propuso finalmente la conformación de una Junta Provisoria, que convocaría a los representantes de todas las regiones del Virreinato para que juntos establezcan un nuevo gobierno permanente.

Al día siguiente, el día 23 de mayo de 1810, se cuentan los votos y se decide la renuncia de Cisneros, pero en una maniobra por demás sospechosa, se nombra al mismo Cisneros como presidente de la Junta.

Castelli y Saavedra protestan y amenazan con el pueblo en armas. Se convoca entonces a un nuevo Cabildo Abierto para el día 25 de mayo.

El día de la Revolución había llegado, pero las horas pasaban y las decisiones parecían demorarse interminablemente. Había muchos puntos por decidir: era necesario un grupo heterogéneo, con facciones conservadoras y otras revolucionarias, había que declarar fidelidad a Fernando VII, un rey depuesto por las tropas de Napoleón, y había que simular las intenciones independentistas para no despertar las sospechas de Gran Bretaña, que ejercía crecientes presiones en la región.,

Finalmente, y luego de una interrupción armada de Beruti, se nombra a la Primera Junta. Su presidente sería Saavedra, Jefe de los Patricios y conservador. Cabe recordar que Saavedra había nacido en lo que hoy es Bolivia. Un duro golpe para el clasista ego de algunos argentinos. Los secretarios serían Moreno, el líder del grupo revolucionario, y Paso, morenista. Los vocales serían los morenistas Belgrano, Castelli y Alberti, los comerciantes españoles Matheu y Larrea, y el militar De Azcuénaga.

Nacía así nuestro primer gobierno patrio, la primera expresión de soberanía nacional. Incontables veces vimos flaquear sus principios con usureros empréstitos, invasiones territoriales y una economía orientada a enriquecer a los más ricos y sumir a los pobres en el barro de la estrechez y la carencia. Otras tantas roímos sus voluntades haciendo la guerra a nuestros propios hermanos, arrasando los pueblos originarios e instaurando dictaduras genocidas sedientas de sangre.

Pero no todo es corrupción y podredumbre. Todavía sigue flameando la llama de la Revolución de Mayo. Lo hace en los chicos que van a la escuela, en aquellos que concurren a la universidad, en cada joven militante que todavía cree en el poder de las ideas, en la resistencia al señorío del dinero, en los incansables trabajadores del país y en todo aquel que cree que una Argentina mejor es posible. Hoy más que nunca.

Feliz 25 de Mayo. Feliz Revolución.

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