Salón Patagónico de Artes Visuales (1)

Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas.

Algo bueno a pasado en Neuquén para las artes plásticas: se organizó el primer Salón Patagónico de Artes Visuales, en dos disciplinas, pintura y dibujo. El evento fue convocado por la Fundación del Banco de la Provincia de Neuquén y el Complejo Cultural Casa de las Leyes, dependiente de la Legislatura. Es llamativa la ausencia – como colaboradores, al menos – de la Subsecretaría de Cultura de la provincia y de los diferentes municipios. De haber estado, como debió ser, pudieron ser de gran ayuda. Basta con decir de que algunos artistas que residen muy alejados de Neuquén no pudieron mandar sus obras o acercarse a recibir sus premios por no tener los recursos para costearse los pasajes. No comprendemos por qué la Subsecretaría de Cultura ignoró este salón, solicitado desde hace mucho por artistas de la provincia.

Pero, además, el 21 se setiembre (Día del Artista Plástico y fecha elegida para la inauguración) algunos brillaron por su ausencia. ¿Cómo explicar – por ejemplo – que la directora provincial de cultura y el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén no estuviesen presente? Tampoco entendemos la actitud de muchos importantes artistas que por razones políticas no participaron y otros que consideraron que el jurado no les daba “confianza ni garantías”.

La organización ideó la modalidad de solicitar a los artistas fotografías de sus trabajos para realizar una primera selección. De esta forma, le evitaban mandar sus trabajos sin saber si serían parte o no en la competencia. Esto tuvo ventajas (para los artistas) y desventajas (para el jurado). En muchos casos las fotografías no ayudaron ha formarse una idea cabal de las obras y en otros, la fotografía “engaña” a los jurados porque minimiza los errores.

Pero a pesar de todas estas dificultades predecibles y ausencias inaceptables, el Salón, en cuestión, fue un éxito por la organización y la cantidad de obras presentadas.

Finisterra

La Patagonia (para nuestros amigos que nos leen desde el extranjero) hace tiempo dejó de ser esa mítica tierra de leyendas y misterios. Aún así, gracias a su paisaje sigue siendo un sello característico en el mundo turístico. Está escasamente poblada (10 habitantes por kilómetro cuadrado) y hasta hace unos años atrás la mayoría de sus pobladores venían de otras provincias o países atraídos por las posibilidades económicas que ofrecía.

Las autoridades que organizaron el evento lo hicieron bajo la consigna de “Identidad, Cultura y Patagonia”. Es decir, todos los pintores o dibujantes debían imprimir en sus trabajos algo que caracterice esa búsqueda.

Esto no es tarea fácil, ya que lo único que nos caracteriza realmente (además de los hidrocarburos y fósiles de dinosaurios), es el resabio de algunas culturas originarias que a duras penas luchan para mantener su idioma y su arte, rasgos que han perdurado en algunas regiones a pesar de las pretensiones civilizadoras del hombre blanco.

¿Qué hace, entonces, el artista ante una consigna predeterminada? Recurre a los signos o imágenes referidas a los mapuches o tehuelches, a los paisajes y la inmensidad patagónica con su paisaje desprovisto de todo atractivo. Con dispar resultado, por cierto. Y así, creemos, que lo entendió el jurado.

Los jurados tienen antecedentes

Los jurados en el arte no son como los jueces de la vida civil. Los primeros se supone que deberían premiar a los mejores y los otros, deberían castigar a los peores. El artista no es un delincuente y una obra de arte no es un hecho delictivo. Al menos, no debería ser.

El primer salón de arte fue el Salón de París en 1725. En 1748, se introdujo un jurado. Sus miembros eran artistas reconocidos. Desde este momento el Salón obtuvo una influencia sin discusión. En un comienzo se organizaron para mostrar el trabajo de los diferentes talleres o escuela y, al poco tiempo, se empezó a premiar a los trabajos que se destacaban. Las muestras se caracterizaban por ser muy desprolijas. Había pinturas por todos lados, incluso tiradas en el suelo.

A mediados del siglo XIX, los jurados acusados por ser muy conservadores, obligaron a muchos artistas no aceptados a crear un grupo de “artistas rechazados” que formaron en paralelo el “Salon de los Rechazados”. En el expusieron los pintores impresionistas y desde ahí surgió el llamado arte moderno que denominaría todo el siglo XX .

¿Y qué pasó con los honorables jurados acusados de retrógrados? Se adaptaron a los cambios acompañados por la prensa, los críticos, los historiadores y en especial de los estetas que descubrieron belleza donde había fealdad, vieron nobleza donde había vulgaridad y donde había reiteración vieron originalidad. Así, los jurados se hicieron más modernos que las propias propuestas artísticas y el arte, paulatinamente, se fue enmarañando en su propia pestilencia pseudo creativa.

El arte del siglo XX en Europa fue la consecuencia de una milenaria tradición, pero en América Latina nació siendo moderno. Una presuntuosa vanidad se apoderó de nuestros artistas que despreciaron el origen amerindio del continente. Estábamos atento a lo que pasaba en Europa para copiarlo y en la Argentina, en especial, mandábamos a nuestros jóvenes a comienzo del siglo XX a estudiar a París y volvieron siendo cubistas, abstractos, surrealistas o futuristas. De un zarpaso terminamos con la maravillosa Generación del 80, el único movimiento artístico preocupado de lo autóctono, auténtico y propiamente nacional. Perdimos la identidad y ahora, 130 años después, intentamos recuperarla.

“Por sus obras los conoceréis”

En el primer Salon Patagónico de Artes Visuales postularon más de 140 artistas procedentes de las provincias de Neuquén, Río Negro, La Pampa, Chubut y Tierra del Fuego. El jurado que seleccionó las pinturas y dibujos y adjudicó los premios estuvo integrado por tres miembros patagónicos: Mónica Ardaiz, Trinidad Alvarez y Ramón Muñoz y dos de carácter nacional: Graciela Genovés y Juan Carlos Romero (todos artistas).

 

Tanto la pintura de Trinidad Alvarez y Graciela Genovés tienen su punto de encuentro en lo figurativo; como la de Ramón Muñoz y Mónica Ardaiz en lo abstracto. De Juan Carlos Romero no puedo decir mucho porque no conozco su obra, pero en el catálogo se dice que ha recibido muchos premios. Es amigo de los siempre audaces Juan Carlos Regazzoni (artista tuerca) y Luis Felipe Noé (pintor super abstracto). Pero Romero no es un escultor ni pintor, el está más en la vanguardia hiper intelectualizada, tanto que sólo se maneja en el mundo de las ideas y la imagen es sólo un pretexto para alcanzar esos noble ideales. Los instaladores (albañiles del arte) o los conceptuales (filósofos frustrados) no poseen nada que mostrar, sólo algunos registros fotográficos. Es una actitud patética de un grupo que con el anhelo de estar en la cresta de la ola en cuanto a corrientes estilísticas se han olvidado del público y trabajan para una elite que también presume saber de arte, en un círculo cada vez más vicioso.

 

Concluye el próximo lunes

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