Síndrome de Diógenes

Song Dong MoMA, 2009.

Por Avelina Lésper (crítica de arte mexicana).

El síndrome de Diógenes es un desorden psiquiátrico que se caracteriza, en entre otros síntomas, por la acumulación compulsiva de basura y objetos. La persona pierde la capacidad de tomar decisiones y no puede discriminar entre un objeto y otro, y satura su vida con cosas inservibles. Con increíble sincronía el movimiento de arte povera inició en 1966, justo cuando el doctor MacMillan registraba esta enfermedad a la que en 1975 el doctor Clark nombró síndrome de Diógenes. Lo que para la ciencia significaba una patología, para el arte se tradujo en una rebelión en contra del sistema de creación artística y la sociedad. El artista chino Song Dong, acumuló con su madre alrededor de 10 mil objetos durante cinco décadas: envases vacíos de refrescos, tubos de pasta de dientes, hasta colchones. En el 2009 convirtió el atrio del MoMA de Nueva York en un monumental vertedero. Según los textos curatoriales esta instalación “explora nociones de transitoriedad y efímero» y denuncia “la nostalgia y la necesidad de sobrevivir en China”.

Song Dong, MoMA 2009

Orozco en su exposición del Guggenheim de Berlín, cubrió el suelo de la sala con botellas de plástico y de vidrio vacías, chicles masticados, bollas marinas rotas, pedazos de pasto artificial, pelotas, y un largo etcétera, aproximadamente 1,200 objetos con estatus de basura que recolectó en la playas de Baja California y en las calles de Nueva York. El texto curatorial de este montón de desechos afirma que “es la expresión de la necesidad humana de crear orden en el mundo y percibir los significados en las constelaciones de objetos” y que “es la tensión entre naturaleza y cultura”. La manía hacinadora de Orozco se quedó corta frente a la de Song Dong que lo supera con 8,800 objetos. Lo que aporta la evidencia científica es que, según un documento de la Universidad de Virginia, la lista de objetos más recurrentes para ser acumulados por los que padecen este síndrome son recipientes vacíos, botellas, revistas, partes mecánicas, cosas descompuestas, periódicos, es decir, el corpus artístico de Song Dong y Orozco, entre miles de artistas de la pepena.

Song Dong, MoMA, 2009.

 La acumulación de objetos no es creación y mucho menos de arte. Desde que nuestra especie habita en este planeta somos proclives a atesorar cosas, ya sea con sentido fetichista, como las reliquias religiosas y los sepulcros, hasta el fanático que colecciona estampas de beisbolistas. No es arte, es una manía que centra su valor en la cantidad: entre más cosas la colección adquiere más valor. Las obras, con estas descomunales reuniones de basura, también centran su valor en la cantidad. Ante al pánico del espacio vació y la falta de talento para habitarlo con una obra que sea capaz, en su contundencia estética, de poseer y transformar su entorno, pretenden que miles de objetos sustituyan a esa obra magna que están imposibilitados de crear. Que los mismos objetos se presenten con discursos curatoriales tan disímbolos demuestra la arbitrariedad de imponer ideas artificiales sobre cualquier cosa para darle sentido de arte. Ya no digamos la absurda pretensión de que estos vertederos de lujo suplantan a la escultura, porque en su elemental visión si tiene volumen o es tridimensional es escultórico.

Lo que es interesante destacar es por qué una conducta que en una persona, sin el marketing de artista, es una enfermedad psiquiátrica, en un patrocinado institucional es arte. Entonces o el arte está equivocado o la psiquiatría se aventuró a diagnosticar una enfermedad cuando debería escribir un texto curatorial. Si para Dong y Orozco sus objetos tienen valor de arte, también lo tienen para una persona que se niega a tirarlos al vertedero, justamente porque los sobrevalora los acumula. La mirada poco educada de alguien sin capacidad discriminatoria, que atesta su casa de cosas es la misma que la de estos que se llaman artistas; por eso coinciden en reunir los mismos objetos. No existe un criterio estético que los haga distintos de alguien que padece una enfermedad que le causa gran sufrimiento. La diferencia es la sociedad que tenemos, que sí está enferma, y que glorifica una conducta que en otro estigmatiza y llama patología. Para unos el pabellón psiquiátrico y para otros el museo.

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