Una escuela con sólo dos alumnos

La segunda escuela construida en la provincia, que supo tener cientos de alumnos, cerrará en febrero. Adonai y Fabián son los últimos dos, y el paraje se queda sin niños.

Por ROMINA ZANELLATO / Fotos: FABIÁN CEBALLOS

El dictado comienza con un «paralelo, dos puntos», y ahí la maestra hizo la salvedad: «Adonai, vos vas a aprender sobre el mundo y Fabián sobre América». Los alumnos de la segunda escuela creada en la provincia, la Nº 19, bajan la cabeza y se preparan para escribir lo que Olga les dicta.

«El paralelo es la línea imaginaria que divide en dos partes la tierra. El Ecuador separa el hemisferio sur del norte. Recuerden que hemisferio va con hache», dice, y Fabián busca la goma de inmediato para borrar esa palabra y volverla a escribir.

Adonai Troncoso y Fabián Cuevas son los únicos dos alumnos de la escuela que hace poco más de 15 años tenía un centenar de chicos en sus aulas. Uno va a séptimo grado y el otro a sexto. Como están solos, estudian en la misma clase, que se ve grande y espaciosa. Olga Adad es la directora y la única maestra.

La escuela está en Vilú Mallín y se creó en 1895, cuando la zona era territorio nacional y los límites entre Chile y Argentina no estaban tan claros entre los pobladores. Siempre fue una zona rural, pero en la última década muchas familias abandonaron la actividad y se fueron.

La sequía, el avance de terratenientes en los campos, la poca productividad ganadera y la falta de secundarios impulsaron el éxodo. La escuela cerrará en febrero de 2013 por falta de alumnos, y el pueblo se quedará sin niños.

El paraje está en el norte neuquino, a orillas del río Trocomán, clave en la historia de esta escuela. La población más cercana es El Cholar, a 12 kilómetros, y Chos Malal, a 60 de ripio. Ahora lo habitan alrededor de 50 familias, ninguna tiene jóvenes.

A pesar de que su ciclo lectivo termina en mayo, en febrero es el fin. Esa es la fecha elegida para que la escuela cierre sus puertas por falta de alumnos. Los últimos dos se mudarán a El Cholar, como lo hicieron tantas otras familias para que sus hijos puedan seguir estudiando. Hay una sola beba de 2 años que también se irá cuando cierre la escuela; es la hija de la cocinera. La única esperanza es que el Consejo Provincial de Educación (CPE) instale en su edificio una planta de campamento.

Cotidianidad

Del otro lado de la ventana hay un árbol de copa grande, unos chivitos comen pasto un poco más atrás y la Cordillera del Viento en el horizonte. Por la puerta del grado se cuela el aroma del guiso que cocinan Herminia y Magdalena Castillo.

Afuera están los dos chicos en la clase de educación física. Nicolás Gatica los hace elongar y luego les da unos ejercicios de manejo de pelota con los pies. Detrás de ellos se ve el majestuoso paisaje. Después de media hora de entrenamiento llega el juego. Se suma el auxiliar Julián Cuevas, tío de Fabián, para armar el mínimo necesario para hacer dos equipos. Ponen la red baja en el patio interminable de la escuela y comienza el fútbol-tenis, única opción cuando sólo son cuatro personas.

«Esta es una infancia sana. Ellos son dos chicos muy sanos. Espero que no les cueste la adaptación el año que viene a un grado con veintipico de compañeros. Generalmente los bochan en primer año porque les cuesta la mudanza, el pueblo tan grande, el cambio», cuenta Nicolás, que es oriundo de El Cholar y va todos los miércoles hasta Vilú Mallín a darles gimnasia.

Antes de volver a entrar al aula, Adonai se sienta en la base del mástil de la bandera neuquina para atarse los cordones de las zapatillas. Está entusiasmado con la mudanza a El Cholar porque ahí hay mucha gente conocida, chicos que pasaron por la escuela. No sabe qué quiere ser cuando sea grande, ni a dónde quiere vivir. Su plan inmediato es ir a buscar huevos de tero por el campo con Fabián, cuando salgan de la escuela. «Lo divertido es encontrarlos», dice. Es tímido. Mantiene la mirada a los ojos sólo cuando habla, después mira el piso, el plato, las hormigas o los bolsillos. Tiene pestañas larguísimas. Su voz es pausada.

Para Olga, es a Adonai a quien más le puede costar la adaptación, aunque él dice que está contento por el cambio. Fabián, de ojos pícaros y brillantes, el más inquieto de los dos, asegura que no se quiere ir de la escuela. Que se quedó a vivir en Vilú Mallín con su papá para poder terminar las clases ahí. Su mamá está en El Cholar con sus hermanos.

«Yo quiero ser futbolista o dentista. Me gustan los dientes», dice. Adonai lo gasta porque se cambió de equipo hace poco. Antes era de River pero ahora es de Boca, como su papá.

La historia

Durante años las familias se fueron yendo del paraje. La causa principal es que los chicos terminan séptimo grado y no tienen dónde continuar sus estudios. La secundaria más cercana está en El Cholar -el CPEM N° 73-, a 12 kilómetros, pero no hay transporte que los lleve.

Lo que ocurre generalmente es que los hermanos más grandes se mudan al pueblo con algún familiar y empiezan primer año, luego se suman otros hermanos hasta que se termina yendo toda la familia.

«La escuela funcionó durante más de cien años en el edificio de adobe que está del otro lado del río. Tenía tantos alumnos que quedó chica, entonces se hizo otra más grande, en la que estamos ahora, de este lado del río. Después la gente se fue y ahora la tenemos que cerrar», cuenta con nostalgia la directora y maestra.

En 1996 se hizo la nueva escuela. «El problema que había del otro lado del río es que un estadounidense fue comprando muchas parcelas y otro señor también y entonces las familias se fueron quedando encerradas en grandes campos. Decidieron irse», relata Olga.

La escuela nueva se construyó del otro lado del río, donde quedaban antiguos pobladores. Cuando se inauguró el edificio tenía 102 alumnos, 16 años después sólo quedan dos.

Proyectos

Olga sabe que no hay futuro en Vilú Mallín. Lo cuenta con nostalgia. «No hay jóvenes acá», relata. «Todos se van a estudiar a El Cholar, después a Chos Malal y no vuelven más», dice mientras muestra fotos de tiempos donde había griterío en la escuela, donde probablemente se usaba la campana para llamar al recreo, la que ahora sólo decora la sala.

Ella es de Las Lajas, hace 12 años vive en la zona y en febrero se vuelve a su pueblo. Sin embargo, no podía dejar que el edificio, tan bien cuidado, quede abandonado.

Cuando la supervisora de primaria del CPE les anunció que se cerraba la escuela por la baja matrícula, algo tenían que hacer. «Pensamos las alternativas que teníamos. Llamamos a una reunión con todos los vecinos, vinieron 50 personas. Ahí debatimos las necesidades y armamos un proyecto. Algunos querían un secundario y primario para adultos; otros, una escuela de oficios. Pero nada parecía que fuera a ser perdurable en el tiempo. Y se nos ocurrió la planta de campamento», dice.

La idea les sonó lógica. Hay dos aulas grandes, donde entrarían varias camas cuchetas, hay una cocina, un salón principal, dos baños grandes y una dirección. Tienen una cancha de fútbol, una huerta y un infinito detrás del alambrado. Del otro lado del río hay una cascada de un arroyo que dicen que es espectacular. «Pensamos en hacer caminatas, en excursiones para salir a caballo, en diversas actividades ecológicas para los chicos de la zona», comenta Olga.

Cuando la vicegobernadora Ana Pechen visitó El Cholar, por el aniversario del pueblo, Olga y los vecinos se acercaron a contarle el proyecto. Sabían que sólo había que agregarle duchas a los baños, tarea que consideraron simple. Así, gracias a su apoyo y el del diputado de la zona, Néstor Fuentes, quien dictó clases allí, se aprobó en agosto una declaración para crear en el edificio una planta de campamento. El proyecto fue aceptado por el CPE.

Lo que quedó

El antiguo edificio, el que está «del otro lado del río», está tomado por unas familias hace unos años. Intentaron recuperarlo para hacer un museo pero no lo lograron. Continúa usurpado. Las casitas de adobe están cercadas por unos álamos a la orilla del Trocomán. Ahí, en la segunda escuela construida en la provincia, se educó el primer maestro nativo del Neuquén, Temístocles Figueroa.

Es lo único que quedó. Después hay una pasarela aérea para cruzar el río y la gran cerca que demarca el suntuoso campo del estadounidense. El cartel está en castellano: «Propiedad privada, prohibido pasar». Durante el trayecto hasta el puente, las montañas dejan ver una gran casa en un pliegue de los montes. Eso quedó de las pequeñas parcelas donde los antiguos pobladores trabajan la tierra, las ovejas y los chivos.

Nadie sabe qué va a pasar con el paraje. El éxodo infantil presupone un triste final, pero la visita de escuelas de toda la provincia a la planta de campamento genera una pequeña esperanza en la sociedad.

 

FUENTE: diario La Mañana de Neuquén

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